No 28 "Cuentas y Cuentos: Las Anécdotas Más Divertidas del Banco"


"El Banco Camaleónico: Las Aventuras del Viejo Mandrágoras"

¡Ah, los ochenta! Una década que pasó de moda más rápido que un "pantalón de bota campana" o el perfume "Paco Rabanne", pero que dejó historias que contar.
En esa época, el banco era como una discoteca, y de hecho, en eso se convirtió años más tarde.
Cambiaba de nombre más seguido que yo de peinado.
Del original "Banque Nationale de Paris" pasó a "Banco Mercantil", luego a "Banco de Crédito y Comercio", y en 1993, época que no me tocó, se convirtió en "Banco Andino".

—¿Por qué tantos cambios?—

Quizás para confundir a los ladrones o, más probablemente, porque los dueños eran tan “indecisos” como yo eligiendo una película en “Netflix”.
Pero en ese banco no solo se contaba dinero, también se contaban historias. Era como estar con "García Márquez", pero en versión "paisa", inmersos en una realidad que supera cualquier ficción, y no propiamente de "realismo mágico".
Ahí desempolvamos otras "perlas" que quedaron ocultas en el baúl de las nostalgias.

El Joven “Hippy” y el Gerente Suspicaz:
El Interrogatorio de «Don Lucas »

—Mi primera anécdota fue tan directa que me causó en el momento cierta incomodidad y rubor.
—Recién llegado al banco como novato mensajero, “flacuchento” y con pinta de "hippie light" (cabello largo, ropa colorida pero sin excesos, ¡ojo!), tuve que entregarle un sobre directamente a “Don Luis Carlos", el gerente en su oficina.
—Situación que aprovechó y estando frente a él, me lanzó una pregunta directa y sin anestesia previa, más filosa que navaja de afeitar:

—¿Cómo le va joven? Cuénteme... —¿Usted consume «marihuana»?—


—Me quedé más frío que hielo de paletero, de ese que echa humito.
“Don Lucas” (así le decían cariñosamente) debió pensar que yo era más "mariguano" que  “Karolo", el mismo que organizó el festival de Ancón por esos tiempos.
O tal vez que yo era de los que le echaba la “ciriguaya” a los frijoles.


—Sin saber de dónde me salió la inspiración, (tal vez del mismo lugar de donde sacan sus frases los políticos), le respondí:

—No señor, yo ni licor consumo, lo único que tomo es 'juguito de maracuyá”.—


—El viejo sonrió, probablemente pensando que mi cerebro estaba más “torcido" que un “cigüeñal”.
—Pero tuve suerte de que no me mandara a hacer un "test de sangre", porque de seguro hubiera “perdido el año”.
—El resultado del test hubiera sido que “encontraron un poco de sangre en el torrente alcohólico”.
—Pero verá usted, amigo lector, las mentiras piadosas" hay que soltarlas cuando se presenta la ocasión.


—En esos tiempos, donde la “marihuana” o  “maracachafa” era más común que “la arepa", mi apariencia de “Jesucristo en Woodstock" levantaba más sospechas que un “maletín abandonado en el aeropuerto”, haciendo “tic-tac".
—Pero yo, fiel a mi estilo de vida saludable, sólo me drogaba con el “ácido” de mi jugo de” maracuyá”.
—¡Que los “hippies” de verdad me perdonen por ser tan "light"!


—Y así, en un banco que cambiaba de identidad más rápido que un “agente secreto", sobreviví a mi primer interrogatorio.
—“Don Lucas”, satisfecho con mi respuesta “frutal", me dejó seguir en mi puesto. —Después de todo, en una época donde el dinero crecía más rápido que la inflación, un “hippie" tomando jugo de maracuyá era lo más normal que podrías encontrar.
 "De Banco a Discoteca: Un Baile con la Nostalgia" "La Metamorfosis de un Recuerdo" —¡Ay, amigos, qué tiempos aquellos! Cuando uno era joven y los bancos eran... bueno, bancos. —No “discotecas” con luces de neón y pistas de baile donde antes se firmaban pagarés. Pero así es la vida, ¿no? Siempre cambiando, como un camaleón en un arcoíris. —Me encontraba en una de mis habituales “escapadas" de viernes por la noche. —Buscaba un lugar donde la música fuera buena, la compañía mejor, y los recuerdos... bueno, eso dependía del lugar. —Y vaya sorpresa me llevé cuando, al pasar por donde antes se erguía la imponente
«Banque Nationale de París», me encontré con... ¡Una discoteca!

—Sí, amigos, donde antes se guardaba el oro ahora se guardaban los pasos de baile más extravagantes. —"¡Pero bueno!", exclamé, con una mezcla de asombro y curiosidad. " —¿Qué ha pasado aquí? —¿Acaso los cajeros ahora nos sirven “mojitos" en vez de billetes?" —No pude resistir la tentación y entré. —El ascensor, aquel que tantas veces me había llevado a la oficina del gerente, ahora me transportaba a un mundo de luces y música estridente. —Al llegar al tercer piso, donde antes se tomaban decisiones financieras trascendentales, ahora se tomaban decisiones mucho más importantes: —¿bailar “salsa“o “merengue"? ¿pedir un “daiquiri" o un "guaro doble”? —Me dejé llevar por la música y los recuerdos. —Recordé mi primer día en el banco, cuando era un joven lleno de sueños y ambiciones. —Recordé a “Don Lucas”, el gerente, con su apariencia impecable y su voz grave. Recordé a la señorita Rosita, la secretaria, con su amable sonrisa y su máquina de escribir que sonaba como una ametralladora. Al abrirse las puertas, me recibió un espectáculo insólito: todo el piso convertido en una discoteca, a media luz, con destellos de colores y una energía palpitante. El bar se encontraba justo donde antes estaba la oficina de don Lucas, y la pista de baile ocupaba el espacio de la antigua administración. "¿Esto es real?" me pregunté, mientras una camarera sonriente me entregaba un trago que no había pedido pero acepté con gusto. —¡Esto sí que es inesperado! —me dijo un hombre a mi lado, con una sonrisa tan nostálgica como la mía—. ¿Tú también solías trabajar aquí? —Sí, claro. Pasé años en este lugar, mi nombre es "Hugo Jimenez", "Luz Mery Duque", mi cuñada, trabajaba aquí también, detrás de esos escritorios que ahora son parte del bar —respondí, señalando con el vaso—. Parece que no soy el único que vino a ver en qué se convirtió todo esto.

—Oh, yo también trabajé aquí, aunque hace mucho. ¡Qué tiempos aquellos! —Dijo, y ambos reímos con la complicidad de quienes compartían un mismo pasado. —La noche avanzó entre risas y recuerdos. A cada trago, las anécdotas del banco cobraban vida. Recordé mi primer día, aquel nerviosismo al pasar por el umbral de la "Banque Nationale de Paris", sin saber que aquellos pasillos serían testigos de tantas historias. Las reuniones con don Lucas, siempre tan serio, y los días interminables en la administración.

—¿Te acuerdas de la señora Rosa Ines? —preguntó mi nuevo amigo, mientras señalaba el antiguo rincón de las fotocopiadoras, ahora lleno de luces y humo de colores. —¡Cómo olvidarla! Siempre tan estricta con el archivo, pero con un corazón de oro —respondí, riendo ante la imagen de “Rosita” bailando en ese mismo espacio. —La pista de baile era un torbellino de movimiento, y en medio de esa mágica noche, una hermosa compañía me envolvió en un abrazo que parecía salido de otro tiempo. Los recuerdos se agolpaban, tristes y melancólicos, pero también llenos de vida y risas. —Mientras la música nos envolvía, comprendí que, aunque el banco había cambiado, su esencia seguía presente en nosotros, en esos recuerdos compartidos. El pasado y el presente se fusionaban en una danza de luces y sombras, creando una noche inolvidable, llena de nostalgia y nuevas memorias. —A veces, los cambios no son tan malos, ¿verdad? —dije, mientras el último trago de la noche bajaba por mi garganta, dejando un sabor agridulce. —No, no lo son —respondió él, con una mirada que reflejaba el mismo torbellino de emociones. —Y así, en esa discoteca insólita, celebramos el ayer y el hoy, con la certeza de que algunos lugares nunca mueren, simplemente se transforman.

El pintoresco "viejo man" del banco

—¡Ah, los pintorescos personajes del banco!
—Eran tan “variopintos y folclóricos” que parecían salidos de una revista de «Condorito».
—En ese carnaval de “caricaturescos” personajes, no podía faltar «Jairo Giraldo», mejor conocido como "el viejo man".
—¿Y por qué ese apodo tan extraño?—
—Pues por su saludo típico:
—"¿Hola, viejo man?", una frase que se pegaba más que un vallenato en diciembre. —Más tarde, por algún giro del destino o tal vez por una noche de tragos, pasó a ser conocido como "el viejo mandrágoras".


—Nuestro "viejo man" era un particular personaje que, en edad, no llegaba a la treintena, pero que aparentaba más años que un roble, con pinta de haber vivido varias vidas, más que "Matusalén".
— ¿La razón? Unas cicatrices en su rostro, recuerdos de un “acné juvenil” tan rebelde como él.
—Además, usaba lentes porque era más “cegatón que un topo en una discoteca”.
—Era como si la vida le hubiera dado un combo:
—"Lleve sus cicatrices y de ñapa le regalamos la miopía".

“Los sábados futboleros: El Portero Ciego”

—Los fines de semana, aparte de los obligados “guarilaques” del viernes, le seguían los “sábados futboleros”, (ya se imaginan el “rendimiento deportivo”, de estos “etílico deportistas”) día en que nos reuníamos a jugar fútbol en la cancha de "Crown Litometal", frente al «zoológico Santa Fe».

—Al lado vivía el viejo man, quien siempre jugaba de portero.
— ¿La razón? No era por sus habilidades felinas ni deportivas, sino porque siempre estaba con resaca o sea  muy enguayabado.
—El deporte y mucho menos el fútbol no eran su virtud.


—Pero lo más cómico era su ritual de portero en el arco.
—Por temor lógico a recibir un balonazo, se quitaba los lentes y los dejaba en la base del palo de la portería.
—¿Cómo la ven?—  ¡Un portero que prefería no ver!
—Pero cuando el equipo contrario se acercaba peligrosamente a su arco, el “viejo man” corría a ponerse los lentes.
—Era un espectáculo digno de —« Chaplin»:

— verlo dudar entre atajar el balón o ajustarse las gafas.


La Irresponsabilidad Personificada: La Fiesta Épica”
—La responsabilidad no era su “fuerte”. Era tan ajeno a ella como “un gato al agua". —“Alberto Ochoa”, con su humor más “ácido que un limón”, decía que:
—El “viejo man” era tan irresponsable que, “si le daban una finca para manejarla, era capaz de chocarla”.
—¡Como si una finca fuera un «Renault 4»!—.

—También le decía por bromear que lo iba a poner a administrar una “casa de citas".
—¿Se imaginan el “viejo man” sacando ideas?—


—Pero no se dejen engañar” por su aspecto “bonachón", porque detrás de esa fachada se escondía un “desastre con patas".
—La joya de la corona,— el colmo de su irresponsabilidad, —llegó a su máximo nivel,—  cuando su hermano, el "profesional" (como diría nuestro querido "reyecito", y con los “atributos morales” que no le dieron al “viejo man”), se fue de vacaciones a la costa con su familia.
—En un acto que desafía toda lógica, le dejó encargado su casa en Bello al “viejo man". Sí, le dio las llaves de su hogar al mismo tipo que podría “chocar una finca”.

—“Era como amarrar un perro con longaniza”.—

—¿Y qué hizo nuestro héroe en esa respetable casa que le confió su hermano?—

—Pues lo que cualquier ciudadano “irresponsable" haría:
—¡Organizó una fiesta épica!—
“Una parranda” tan —monumental— que hasta —Gabriel García Márquez— la hubiera incluido en —«Cien años de soledad»— como el evento que finalmente destruye — «Macondo».

— La fiesta fue tan descomunal que la casa terminó “sellada" por "uso indebido" de una casa de habitación residencial.
—Imagínense a la policía llegando y diciendo:

—¡Esta casa ha sido más maltratada que la «Constitución», queda clausurada!.—


El “viejo man” convirtió la residencia de su hermano en algo entre “una discoteca” y una casa de “dudosa reputación”.
—Me "ruborizo" al admitir que fui uno de los irresponsables asistentes.
—Sí, señores, yo mismo estuve allí, ¡y me pongo colorado solo de recordarlo!
—Pero, ¿qué le vamos a hacer? Así era él, un desastre ambulante, pero con un corazón fiestero que le gustaba la “recocha”.
—Y aunque sus —aventuras— nos sacaban “canas verdes”, siempre terminábamos riéndonos de sus imprudentes “pilatunas”.


En fin, el “viejo man" era la —personificación de la irresponsabilidad— en un país donde, en ”los ochenta”, esta cualidad parecía ser un “requisito” para sobrevivir.
Un tipo que no llegaba a “los treinta” pero que vivía como si cada día fuera el último, un “portero” que prefería no ver, y un —cuidador de casas— que organizaba fiestas dignas de una película de "Hollywood"

En ese “Medellín” de “los ochenta”, donde —el banco cambiaba de nombre como de camisa— y la responsabilidad era un concepto tan extraño como —la paz, --  el “viejo man" no era la excepción, sino la regla—.
—Un personaje que, en cualquier otro lugar, sería una “caricatura", pero en nuestro banco y en nuestro país, era tan normal como tomar jugo de maracuyá para demostrar que no fumabas “marihuana”.
¡Ah, mi bella ciudad, —tierra donde la realidad supera cualquier ficción!—
¡Qué tiempos aquellos!

Los Viernes Culturales”
—¡Ay, los mal llamados "viernes culturales" del banco! Eran como —un oasis— en medio del desierto laboral—, un respiro de alegría y “desenfreno" que comenzaba a las 4 pm en punto, cuando las puertas se cerraban y el ambiente se llenaba de buen humor.
—Una tradición tan obligada como —el himno nacional en un partido de la selección colombiana de fútbol—.
— Y en ese escenario, “Juan Javier”, el jefe de “extranjero”, era el —maestro de ceremonias—, el encargado de organizar las famosas "bebetas", esas reuniones informales donde el licor fluía alegre y generoso y se bebía con la premura de un “maratonista”.


—"¿Y quién creen que era el primero en ofrecerse para recolectar la plata de la vaca?"— 
—Pues el más ingenuo del lugar, el "viejo man".
—“Era como poner a un zorro a cuidar el gallinero”,  pero en este caso, a un irresponsable a administrar el dinero.
—Él hacía la” colecta” con una seriedad que ya quisieran los del “DANE” en el censo.

—Pero aquí viene lo bueno!: al final de cuentas, el “viejo man” salía
—más beneficiado que un político en elecciones—.
—No daba su cuota para la vaca,
—se “emborrachaba” de cuenta de sus colegas—  y,
—para colmo, — hasta le sobraba dinero para el taxi—.
—Era un “genio financiero" a su manera; “invertía cero pesos” y obtenía “dividendos” en forma de “guayabo” y taxi gratis!.


“El galán de los piropos trasnochados”

—Pero esperen, que la cosa se pone mejor.
—La mamá de “Ligia Isabel”, “doña Ligia”, de vez en cuando iba al banco a visitar a su hija.
— Una señora siempre muy propia y bien “arreglada”, como si fuera a misa en vez de a un banco.
—Como era lógico, “Ligia Isabel” casi siempre estaba ocupada, así que a la mamá le tocaba esperar.


—Entraba en escena nuestro amigo "viejo man", que no tenía ni idea del “parentesco”. —Para él, —cualquier ser con falda— era una potencial “conquista”, incluso si esa falda estuviera en una “escoba”. Ver a “doña Ligia" era como —mostrarle un ratón a un gato—; se le activaban todos los “instintos”.


—Así que ahí iba nuestro “Romeo de segunda", “tirándole los perros” a “doña Ligia”. —Sus técnicas de coqueteo eran tan anticuadas como su apodo, pero él las usaba con la confianza de un vendedor de “elixires milagrosos".
—Le lanzaba piropos que seguramente había aprendido viendo películas de “Cantinflas”: "
—¿Qué hace una estrella volando tan bajito?"—
— "Con un bombón como usted, no me importa ser diabético."—


“Doña Ligia”, lejos de ofenderse, —se divertía— como en una comedia. Más tarde, entre risas dignas de una “función de teatro", le contaba a su hija las aventuras del “galán equivocado".
—"Hija, ¿te imaginas? ¡Ese muchacho me estaba echando los perros!—
—Debe pensar que soy Elizabeth Taylor."
—Y es que, seamos honestos, para el “viejo man", cualquier mujer mayor de 40 era una diva de “Hollywood”.


—Este “episodio” lejos de ofender le subía el ego a “doña Ligia", —más que un ascensor en el edificio Coltejer—.
—Era como si el “viejo man", sin saberlo, le hubiera regalado un”lifting facial gratis".
— Ella se sentía como en “sus veinte” otra vez, todo gracias a los “piropos trasnochados" de nuestro “Don Juan de pacotilla".


—Ese era el “viejo man" en toda su dimensión.
—Un tipo que no podía ver “una escoba con falda” porque se le tiraba en plancha, como “Higuita” en sus mejores tiempos cuando hacía el escorpión.
— No importaba si la "escoba" era la mamá de una compañera, una clienta o la señora de la limpieza; para él, toda mujer merecía sus galanterías añejas.
—El mismo pregonaba:
—"De mosca 'pa arriba', todo es cacería."
—Hacía parte de su filosofía.—


—En un banco donde los viernes se volvían “culturales” (léase "etílicos"), donde “la vaca” o cuota para el trago la manejaba el más irresponsable, y donde un empleado le “coqueteaba” a las mamás de sus colegas, cualquier cosa era posible.
—Eran tiempos en que la cordura se iba de vacaciones cada fin de semana, y personajes como el “viejo man" nos recordaban que, en — Medellín,— la realidad siempre tiene un toque de —García Márquez,— un chorrito de “aguardiente” y un trasfondo de vallenato.


—Y como si los viernes culturales, esos torneos de “resistencia etílica”, no fueran suficiente castigo para nuestros hígados, los sábados por la mañana, con el "guayabo" a cuestas —más pesado que una hipoteca a 30 años— y “el cuerpo pidiendo clemencia” como cliente en fila de banco, nos reuníamos en la misma cancha frente al —zoológico Santa Fe— para jugar un partido de fútbol.
—¡Qué irresponsables éramos!
—Pero que le vamos hacer, así era la vida en esos tiempos, una mezcla de juerga y deporte, de risas y cansancio, como —un “balance contable” donde las fiestas eran los activos y el guayabo, los pasivos.—

“Goles Olímpicos y Decepciones en la Cancha”

—Sucedía a veces que las chicas más “entusiastas" del banco, esas mismas que nos veían luchar con calculadoras y las cuadradas del “canje" durante la semana, se animaban a venir a vernos jugar los partidos.
—Era como tener “porristas” en un partido de —La Selección, pero en vez de la tricolor,— nosotros representábamos al equipo "Guayabo F.C."
—Su presencia nos daba un “impulso” extra para “lucirnos" en la cancha, como si cada gol fuera un “ascenso" y cada “gambeta", un “bono de productividad".  —Queríamos “impresionarlas", demostrarles que éramos unos “verdaderos cracks del balón”, tan hábiles con los pies como con los números.


—Un día, en que las chicas hacían presencia en un partido, la suerte me sonrió de una manera tan inesperada.
—Desde mi posición en la punta derecha, casi en el banderín de córner, más lejos de la portería, lancé un centro con la intención de que alguno de mis compañeros lo “rematara”.
—Sin embargo, “el destino”, ese mismo que a veces te despeina el peinado de toda la semana, tenía otros planes.
—Con “el viento a mi favor”, —como la canción aquella,— saqué un “centro” que se elevó por los aires suavemente llegando al fondo de la red.
—¡Un gol olímpico! ¡Un golazo de antología que hubiera hecho llorar a “James” y replantearse su carrera!—


—Salí corriendo a celebrar, más eufórico que un inversionista en un día de ganancias. En mi mente, ya me veía en las portadas de “El Colombiano”:
—”Ex banquero” anota gol de película en cancha del “zoológico".
—Esperaba la ovación de las chicas que estaban en la tribuna improvisada, imaginándolas gritando mi nombre, pidiéndome autógrafos.


—Pero oh, cruel destino!. ¡Estaban todas distraídas! Ni siquiera miraban la cancha. —Estaban pegadas a la malla, mirando pasar los buses por la avenida.
—¿Y por qué?
—¡Tratando de ver al “chimpancé Agripina", la famosa atracción del zoológico!


—¡Qué decepción tan tenaz!
—Mi “gol del siglo", ese que hubiera merecido un “bono de productividad" en cualquier equipo serio, había pasado más desapercibido que “una cláusula en letra pequeña".
—Eclipsado por la curiosidad de las chicas por un animal enjaulado.


—En ese momento, entendí que en la escala de “atracciones" de un sábado por la mañana en “Medellín”, yo estaba muy por debajo de un “chimpancé".
—Mi “gol olímpico” fue menos emocionante que ver a “Agripina" rascarse la espalda.


—Así era la vida en el banco, llena de sorpresas y desengaños, pero siempre con una dosis de humor para sobrellevarlo todo, como un vaso de jugo de maracuyá para pasar el sabor amargo de una transacción fallida.
— Y aunque mis compañeros se burlaron de mí por días, diciéndome que hasta un “chimpancé" tenía más fans, yo me quedé con la satisfacción de haber marcado el gol más extraño y divertido de mi vida.


—En una —Colombia— donde los bancos celebraban "bebetas" los viernes, donde el “guayabo” no impedía jugar fútbol los sábados, y donde una mona era más famosa que un goleador de “resaca ", cualquier cosa podía pasar.
—Era un país donde la realidad, como ese balón impulsado por el viento, siempre te sorprendía y a veces, solo a veces, entraba directo al arco.


—Y así, en esa cancha frente al “zoológico”, con mis compañeros del "Guayabo F.C." y las chicas más interesadas en un primate que en un golazo, aprendí una valiosa lección:
—“No importa cuán brillante sea tu jugada en la vida, siempre habrá un chimpancé que te robe el show”.
—En el banco, en la cancha o en la vida, “Colombia” siempre tiene una “Agripina" lista para robarte el protagonismo.
—Y eso, amigos, es más colombiano que un “gol olímpico" en una cancha de barrio, con “guayabo" de dos pisos y todo el público mirando a otro lado.


El Festival de Tango y el Taxista 

¡Ah, el “viejo mandrágoras”!
—Un verdadero maestro en el arte de la picardía y las mañas callejeras.—
—Y yo, su “Sancho Panza” escudero fiel en más de una quijotesca aventura.—

Imagínense la escena:
—Una noche cualquiera, el “viejo man” y yo regresando de una juerga épica por los lados de Manrique.—
—Habíamos estado en un festival de “tango y milonga”, de esos que te dejan el alma a “ritmo de dos por cuatro” y “el hígado pidiendo tregua!".


—La noche había sido larga y generosa en libaciones. —
—Entre tango y tango, los tragos no faltaban, como si el alcohol fuera el aceite necesario para que nuestras articulaciones siguieran el compás.
—Ya entrada la madrugada, con más música que comida en el estómago, “el apetito" nos gritaba a dúo.
—¡No cualquier antojo, no!. A esa hora, nos “pedía a gritos” unos “ricos pasteles de pollo” del afamado y tradicional "Pollo Dorado".


Tomamos un taxi en el “barrio Manrique”, ya tarde de la noche, era un viaje de “polo a polo". “El viejo man” vivía en el “barrio Santa Fe” y yo en “Cristo Rey", Guayabal, así que compartimos ruta. Cuando pasábamos por “el centro”, en esa esquina mítica de la calle “Maturín con Palace” donde se erige "El Pollo Dorado", el aroma a masa y pollo frito nos activó las “papilas gustativas". Este restaurante, hay que decirlo, es una institución. Sus pasteles eran tan grandes y generosos que a esa hora de la noche no son comida, ¡”son salvavidas”!


Con la “boca hecha agua”, (tal vez la del pobre taxista también) le pedí que me esperara, más adelante, donde se pudiera estacionar, mientras los compraba. Le pinté el panorama de unos —pasteles humeantes,— y el hombre, que seguramente también arrastraba —una trasnochada,— accedió. Imagino que ya se veía participando de ese improvisado “festín nocturno".
—Me bajé rápidamente, dejando al “viejo man" en el taxi.
—Era como dejar un rehén, una prenda de confianza!, ¿no?


La esquina del restaurante estaba más concurrida que un “concierto de Juanes”. La calle, un “hervidero" de bebedores habituales que, como nosotros, salían de sus parrandas en busca de algo que —les recordara que aún tenían estómago.— Mientras yo hacía fila para los pasteles, apareció el “viejo man” a mi lado.
—Venía con esa prisa de quien huye de la escena del crimen.—


"¡Vámonos, vámonos!", me apuró!.
—"El taxista ya se fue!”. Ya le cancele la carrera.
—Mira, justo aquí está el paradero de los buses y colectivos de Itagüí".
—Confié en sus palabras y subimos al bus con nuestra buena provisión alimentaria. —Lo miré con sospecha. Sabía de memoria, que nuestro genio del engaño podría haberse inventado.

—Nos montamos en el bus, pasteles en mano.
—Pero algo no cuadraba.
—“El viejo mandrágoras” tenía una risita, de esas que delatan una travesura recién horneada.
—La pillé al vuelo.
—"Viejo man, ¿vos le pagaste al taxista?", le pregunté, sabiendo la respuesta como sé que el aguardiente arde.
—Me dijo entre risas -  “viejo Abel”, nos acabamos de ahorrar la mitad de la carrera!, ¡que para nuestros “bolsillos flacos", era como pagar una cuota de un apartamento en El Poblado!


—No había que ser “Sherlock Holmes". Lógicamente, no le había pagado ni un peso. Le había dicho al pobre taxista que esperara, que iba al baño.
— ¡Ja! El único baño que visitó fue el de su conciencia, donde se lavó las manos como Pilatos.


—Ese era el viejo mandrágoras.
—Un pícaro de estirpe antigua, capaz de sacarle jugo a una piedra y de convencer a un taxista de que un paseo al baño es parte del servicio.
—En el banco, éramos colegas respetables, hombres de números y cuentas claras. —Pero en las calles de “Medellín”, después de una “noche de tango y tragos”, nos convertíamos en personajes de una comedia de “Cantinflas”.—
—Improvisando guiones donde la astucia y la escasez se daban la mano.—


—Mientras el bus nos llevaba a casa, entre “mordiscos" a esos pasteles que sabían a victoria, yo miraba al “viejo man” y pensaba:
—"Este tipo es “un caso serio”.
—Si el “científico Newton” se descuida, es capaz de —”darle la vuelta” a la “ley de la gravedad”.—
—”Un día de estos, sus mañas lo van a meter en un lío del que ni siquiera él podrá escabullirse".
—Pero esa noche, con el “estómago lleno” y —la billetera intacta—, solo podía admirar su ingenio.
— Después de todo, en esta ciudad, a veces la picardía es el único “saldo a favor" que uno tiene.

Las Aventuras Nocturnas del Viejo Man en Casa de Melania

"El Viejo Man y su Cheque Fosforescente: Una Noche de Placer a Crédito"

—Aquí va otra historia de nuestro personaje al que llamábamos "El Viejo Mandrágoras" o simplemente "El Viejo Man". Este colega, “Jairo Giraldo” de nombre real, era famoso por su inventiva “torcida" que como descubrimos, no conocía fronteras.


—En aquellos tiempos, nuestros salarios se pagaban con cheques que venían acompañados de “un desprendible o colilla de pago”, casi idéntico en tamaño y apariencia al cheque mismo.
— Este desprendible detallaba toda la información:
—Valor, nombre y demás datos.
—Fue precisamente este papel el que inspiró al “Viejo Man" en una de sus más ingeniosas “travesuras".


—Una noche, como tantas otras, “nuestro protagonista” se encontraba en la ya famosa “casa de lenocinio" de “Melania”, “la madame".
—Un lugar donde las chicas te dicen "mi amor" sin conocerte y donde el “Viejo Man" había ganado cierta confianza.
—Como es sabido, en estos lugares el dinero se “esfumaba” a la velocidad del rayo.


Pero el “Viejo Man", siempre recursivo, no se inmutó. En un momento de inspiración, sacó el desprendible de su cheque y lo usó como medio de pago.
—Las condiciones eran perfectas:
—Las “casas de placer" siempre estaban a media luz, y bajo esa iluminación tenue, el desprendible incluso se veía “fosforescente", casi como un cheque legítimo.
—¡Nadie dudaría de nada!.


—La frescura y tranquilidad eran otras de sus cualidades.
—Con una calma que no levantaba sospechas, entregó el "cheque" como si nada. —Sabía que eventualmente lo “identificarían” y darían con su “paradero”, pero eso no le importaba.
—Al menos esa noche la pasaría a “cuerpo de rey" y se pegaría una buena "despelucada", como solía decir.


—El lunes siguiente, la realidad tocó a nuestra puerta.
—Llegaron al banco preguntando por “Jairo Giraldo".
—La sorpresa fue mayúscula al ver semejante acto de irresponsabilidad.
—Por supuesto, el “Viejo Man" ya había tenido tiempo de “rebuscar" el dinero para pagar, evitando que el escándalo escalara más.
— ¡Imagínense si hubiera llegado a oídos del gerente!


—Esta anécdota se convirtió en leyenda entre nosotros.
—El Viejo Man, con su “dudosa astucia” y su carisma innegable, logró —“una noche de placer a crédito”—, usando nada menos que un desprendible de pago.
—Una hazaña que, aunque “reprobable”, nos dejó a todos con una mezcla de asombro y risa contenida.

Jubilados al Ataque: Aventuras, Risas y "Sugars Daddys" en el Banco
—En aquellos tiempos, “los viernes eran días especiales en el banco”.
—Era cuando llegaban “los viejitos jubilados de Cajanal” a cobrar sus pensiones.
—Nos moríamos de risa al ver las artimañas que utilizaban para proteger su dinero. —Algunos se metían los billetes "donde nunca da el sol" y se agarraban la “pretina" de los pantalones con una “cabuya", como si fueran auténticos “guardianes de su tesoro".

—Fernando Castañeda,  “cajero",  cronista y compañero de la “vieja guardia", tenía la privilegiada vista desde su puesto de trabajo.
—Nos cuenta con un humor que rivalizaba con el de cualquier columnista sagaz sobre las anécdotas de los viejitos jubilados de Cajanal, quienes, víctimas de la burocracia y del eterno mes de espera por su pensión, se veían en las más pintorescas situaciones.

—“Fernando” recuerda con una sonrisa, los viernes de pago, cuando “los jubilados del municipio y de Cajanal” llegaban al banco.
— "Era un espectáculo", nos dice, "ver cómo algunos escondían su dinero entre las 'partes nobles', asegurándose de que no se les escapara ni un peso, amarrando la pretina de sus pantalones con cabuya como si fuera un “tesoro pirata".

—Otro clásico eran aquellos que llegaban acompañados de dos o tres familiares, listos para cobrar el cheque en cuanto lo tuvieran en sus manos.
—Cada uno con su propia idea de cómo gastar el dinero antes incluso de que fuera cobrado.

—Pero, sin duda, la historia que más risas generaba entre nosotros era la del viejito que llegaba con "su moza", una chica  mucho más joven y “viva" que él, que no solo lo acompañaba sino que tomaba las riendas de la operación financiera.
—"Era la"tesorera ","la contadora”, “la reina de su corazón todo en uno", comentaba Fernando entre risas. "No lo sabíamos entonces, pero estábamos presenciando el nacimiento de los modernos —'sugar daddies',— en aquel tiempo conocidos como “viejos verdes” o también “viejos morbosos”
—Por cierto, ¿alguien sabe por qué lo de 'verdes'?
—Siempre me lo he preguntado.

La Anécdota del "Negro Balvin" y “Nancy Cifuentes”
—Una de las “anécdotas” más memorables fue la del "negro Balvin", cuando hacia el puesto de “visador” Era estricto, irreverente, se caracterizaba por la severidad en las normas y reglas de seguridad exigidas en el banco.
—Balvin como” visador” era el encargado de verificar si los cheques tenían fondos y estaban firmados por el beneficiario.
—Un día, llegó un anciano a cobrar un cheque a nombre de "Nancy Cifuentes", un nombre claramente y sin dudas femenino.

—Balvin llamó al señor.
—Señor, este cheque está a nombre de “una mujer”. Debe ser la “beneficiaria" quien lo cobre —dijo Balvin, con tono serio, pero con su característico sentido del humor asomando.

El viejito, extrañado, respondió: —¡Yo soy Nancy!

Balvin, incrédulo, miró la cédula del señor y soltó una carcajada al ver que efectivamente, su nombre era “Nancy”.

—¡No jodas! —gritó el negro Balvin, todavía riendo—. ¿Nancy de verdad? 😆😂

—La carcajada de Balvin resonó por todo el banco y fue contagiosa, así que todos en la oficina no pudimos evitar reírnos también.
—Fernando, aprovechando la ocasión, bromeó con el viejito diciéndole:

—Don Nancy, la próxima vez preséntese con falda y tacones para que le creamos más fácil lo de su nombre!.

—El anciano rió y explicó que su nombre era un capricho de su padre, quien siempre había querido una hija con ese nombre.
—Así, entre risas y explicaciones, la oficina entera compartió un momento de camaradería que nunca olvidaremos.

Reflexión Final: “La Vida de los Viejitos”
Estas historias, llenas de humor y humanidad, nos hacían el día a día más llevadero.
Sin embargo, no podíamos ignorar la realidad subyacente:
Llegar a viejo con limitaciones económicas no es un asunto de risa.
A medida que los años pasan, las risas se vuelven burlas, y el dinero se vuelve más esquivo que nunca.

Reflexionando sobre estas historias, uno no puede evitar pensar en cómo la necesidad puede volver el ingenio un deporte de supervivencia.
Los viejitos, con sus técnicas para alargar el dinero, y las “mujeres jóvenes” que aprenden a sacar provecho de sus "virtudes físicas", son simplemente actores en un teatro mucho más grande de economía y supervivencia.

—La vida no es fácil para nadie, pero ellos encuentran su manera de seguir adelante —reflexionaba Fernando—.
Cada quien usa las herramientas que tiene a su disposición, ya sea una cabuya para sostener los pantalones o una sonrisa coqueta para asegurarse el cheque del mes.

Al final, todos buscamos lo mismo:
Un poco de seguridad, algo de cariño, y, si el destino es generoso, alguien que ría con nosotros incluso cuando los bolsillos están vacíos.
En un mundo ideal, el dinero no definiría el valor de nuestras relaciones, pero en el banco de la vida real, a veces, es él quien toma la última palabra.
Y aunque el humor nos ayuda a sobrellevar la carga, el final del mes siempre llega con su propia dosis de realidad.
Ah, viejos tiempos del banco, entre cheques y sonrisas, cada día era una lección de economía... y de humanidad. ------------------------------------------------------------------------------------------------- Invitacion   Grupo Whatsup solo para los que siguen el libro "Pinceladas"           Sigame en facebook
             Inscribase para recibir los  nuevos capitulos
--------------------------------------------------------------------------------------------------------

<<LEER OTROS CAPITULOS >>

21. “Memorias de mi primer amor” 2a Parte

 27. "Crónicas del Banco: Entre Cuentas y Anécdotas"
28. "Cuentas y Cuentos"


Comentarios

  1. Abelardo, que disfrute tan grande, la lectura de tus anécdotas, me reí demasiado. Me gustaría ver alguna foto, si es posible, del "viejo man" y del Dr. Luis Carlos.~Lina M.

    ResponderBorrar
  2. Don Abel, estás anécdotas están de comprar boletas en palco, me reí todo el tiempo, tu manera d contarlas es genial y lo va llevando a uno como si estuviera en esos lugares jajajaja. ~Ligia Isabel

    ResponderBorrar
  3. Abelardo hola… Te cuento que he estado leyendo tus historias, son espectaculares; cómo no nos habíamos dado cuenta antes que teníamos todo un genio para escribir. He disfrutado mucho. te felicito de corazón por escribir tan lindo todos esos recuerdos que nos hacer transportar a esas épocas. Un abrazo. ~Luz Marina~

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Mas leidos...

No 23 “Los años setenta: "Caminos Entrelazados: Un Relato de Sueños y Desafíos"

No18 La Noche de la Macarena: “El teacher” y yo dos Presos de la Injusticia