No 31 «Raspando la «olla anecdótica»:
¡La continuación de las historias que nos hicieron reír!
Después de revolver en el fondo de la “olla” y sacar a la luz algunas de las anécdotas más divertidas de mi paso por el banco, hemos decidido seguir raspando para ver qué otras —joyas humorísticas— podemos encontrar.
—¡Y qué mejor manera de hacerlo que recordando solo los buenos momentos!
—No nos engañemos, hubo momentos difíciles, pero…
—¿para qué recordarlos?
—¡Vamos a dejar que el tiempo borre las ”arrugas de la memoria" y nos quede solo con las sonrisas!
—Al fin y al cabo, la vida es demasiado corta para no disfrutar de los buenos momentos, —¿verdad?
Así que, sin más preámbulos, ¡vamos a seguir raspando la “olla anecdótica” y ver qué otras historias cómicas podemos encontrar
¡Esperamos que hayan disfrutado de esta continuación de nuestras historias y que hayan sonreído al recordar los buenos momentos que hemos compartido!
Omar «Castalio»: El banquero que se volvió “refresco”
— ¡Ay, mis queridos lectores! — Si pensaban que las historias del banco se habían agotado, — ¡están muy equivocados!— En aquel santuario del dinero, donde los billetes bailaban al ritmo de las transacciones, habitaba un espécimen único del «Homo financierus»: “Omar Castaño”, —jefe del departamento de Cartera y Préstamos—.
—Este hombre era la personificación andante del eslogan «la elegancia es actitud», más pulcro que «fabuloso» Siempre impecable, con el cabello tan fijo que ni un “huracán categoría cinco” lo hubiera despeinado, y emanando “aromas” que harían poner celosas a las boutiques más exclusivas de París.
—Pero su pieza maestra, su joya de la corona, era ese traje «verde botella» que llevaba con tanta frecuencia que uno empezaba a sospechar si no habría comprado el “lote” entero en alguna liquidación de alta costura en los almacenes “Everfit”. Era su uniforme oficial, su sello personal, su armadura contra el “caos” financiero.
— «¡Pero qué elegancia la de Francia!» — decían las secretarias al verlo pasar, mientras él, con una sonrisa de satisfacción, se “paseaba” por los pasillos como un pavo real.
—Fue precisamente este —tono verdoso— el que inspiró a los “bromistas” del banco esa especie que prolifera en cualquier oficina como las “malas hierbas” en un jardín descuidado a bautizarlo con un “mote” que se le pegó como ”chicle en el zapato”:
—Omar «Castalio».—
— ¡Eh, Castalio! — gritaba “Alberto Ochoa”, el rey de las ocurrencias, cada vez que lo veía, refiriéndose a la que por ese tiempo una popular bebida «Castalia» que, por caprichos del destino o conspiración de los dioses del marketing, compartía el —mismo tono de color— que el traje fetiche de “Omar Castalio”.
— «¡Omar Castalio, el hombre más refrescante del banco!» — coreaban sus compañeros entre risas, mientras él, con una sonrisa cómplice, seguía su camino sin inmutarse.
—Pero el colmo de su obsesión por la —elegancia y pulcritud— llegaba a extremos que rozaban lo cómico —o lo patético, según se mire—. “Omar” se negaba rotundamente a llevar cualquier objeto en las manos. Ni un mísero periódico, ni una simple bolsa de papel. —¡Nada! Era como si temiera que la más mínima cosa pudiera alterar la armonía cósmica de su figura y su traje.
— «¿Y dónde lleva sus cosas?» — preguntaban los curiosos, a lo que él respondía con una sonrisa enigmática: — «Un caballero nunca revela sus secretos».
—Y así, entre préstamos y cobranzas, Omar «Castalio» se convirtió en una persona muy querida y recordada. Un monumento andante a la “pulcritud” y el estilo, que nos recordaba a todos que en el mundo de las finanzas, a veces, la “apariencia” lo es todo. —Un personaje digno de un filme de “Pedro Almodóvar”, que nos enseñó que la pulcritud no está reñida con el buen humor y que, a veces, la mejor manera de llevar la vida es no cargar con nada, ni siquiera con una bolsa de supermercado.
—Aunque, francamente, la mayoría de nosotros nos conformábamos con llegar a fin de mes sin manchas de café en la camisa.
“La chequera delatora: Cuando —Rubencho— salió en primera plana”
El negrito «Rubén Castañeda», simpático compañero nuestro —al que cariñosamente llamábamos «Rubencho»—, era de esos tipos que creían haber descubierto la “gallina de los huevos de oro”. —¿Su secreto? Tener sus ahorros en la —“financiera Furatena”,— una institución de dudosa reputación que ofrecía intereses tan altos que hacían agua la boca.
—Muchachos, ¡esto es el futuro! —nos decía “Rubencho” con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Aquí es donde está el verdadero negocio!
—Pero como dice el dicho, «cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía». Y vaya que teníamos razón para desconfiar. Los rumores de una inminente “quiebra” revoloteaban como “moscas” en un día de verano, pero nuestro querido “Rubencho”, terco como una mula, hacía oídos sordos. Mejor dicho, esa financiera era “Más sospechosa que un camello con gafas de sol en la Antártida.”
—El tiempo pasó y, como era de esperarse, la noticia cayó como un “baldado de agua fría" sobre los ahorradores. Lo que siguió fue un espectáculo digno de una tragicomedia: pleitos legales, reclamos a diestra y siniestra, y filas interminables en los bancos con promesas de solucionar algo a los pobres incautos.
—Y aquí, queridos lectores, es donde viene la «boletiada» más grande de todas. Nuestro compañero “Rubén”, en uno de sus desesperados intentos por recuperar su «ahorros», se encontraba haciendo fila en el “Banco Nacional”, a la vuelta de nuestro banco . ¿Y qué creen? El periódico —El Colombiano,— en su afán por capturar el drama del momento, tomó una foto, que apareció en primera página de la fila de reclamadores.
—¡Miren, miren! —gritó uno de nuestros compañeros al día siguiente, agitando el periódico como si fuera una bandera—. ¡Rubencho es una estrella!
—Y ahí estaba, en primera plana, nuestro querido amigo. De espaldas, sí, pero inconfundible gracias a ese —estuche de chequera— que siempre llevaba en el bolsillo trasero, como si fuera una extensión de su cuerpo.
—¡Rubencho famoso!, «¡El ahorrador del año!», ¡El rey de las finanzas!, eran solo algunas de las «cariñosas» bromas que llovían sobre el pobre “Rubencho”.
—Bueno, muchachos —dijo “Rubén” con una sonrisa forzada—, al menos ahora puedo decir que soy modelo... ¡de espaldas!
Y así, queridos amigos, nuestro “Rubencho” pasó de ser el «visionario financiero» a la «estrella involuntaria» del —periódico el Colombiano”—. Una lección que nos enseñó que, a veces, es mejor guardar los ahorros bajo el colchón... o al menos, no llevar la chequera en el bolsillo trasero cuando hay fotógrafos cerca.
“El miquito viajero: Cuando Julián intentó contrabandear ternura”
¡Ah, el muy cómico “Julián Palacio”! Un tipo tan particular que no necesitaba que te contara chistes; él mismo era un chiste andante. En una de sus vacaciones —que nadie supo si fueron reales o producto de su fértil imaginación— dice que se fue al —Amazonas—, ese paraíso verde que tanto le gustaba.
Estando por allá, nuestro querido “Julián” se enamoró perdidamente. No, no de una “bella nativa” ni de un apuesta exploradora, sino de un “monito tití". Sí, señores, uno de esos diminutos primates que parecen sacados de un dibujo animado.
—¡Es que es tan chiquito y tan gracioso! —nos contaba después, con los ojos brillantes como los de un niño en Navidad.
—Pero, como todo amor prohibido, llegó el momento de la despedida. El vuelo de regreso a “Medellín“ se acercaba y “Julián” no sabía qué hacer con su nuevo «amiguito peludo». Consciente del control de la —fauna silvestre—, sabía que no podía llevarlo... o al menos no de forma legal.
Y aquí, queridos lectores, es donde el cerebro de “Julián” comenzó a maquinar. «Es tan pequeño», pensó, «que seguro pasará desapercibido». ¿Y dónde creen que decidió esconderlo? Sí, adivinaron: se bajó el cierre del pantalón y metió al pobre miquito ahí, esperando que se quedara “tranquilo” durante el vuelo.
—El avión despegó sin problemas, pero a mitad del vuelo...
—¡Ay! —se quejó Julián, retorciéndose en su asiento.
—¡Una vez, dos veces!. La azafata, preocupada, se acercó:
—Señor, ¿se encuentra bien?
—Julián, viéndose descubierto, decidió confesar:
—Perdón, señorita, pero... traigo aquí un “miquito" —dijo, bajándose el cierre del pantalón y sacando la cabecita del animal.
—¡Ay, qué belleza! —exclamó la azafata, derretida por la ternura—.
—¿Quiere que le prepare un “teterito"?
—No, señorita —respondió Julián con cara de circunstancias—.
—Ya se ha tomado como tres “teteraos” y no se queda tranquilo!
—Y así, amigos míos, Julián Palacio pasó a la historia del banco no solo como el eterno bromista, sino como el primer hombre en intentar pasar un mono de contrabando en sus pantalones. Una hazaña que, sin duda, quedará grabada en los anales de nuestras anécdotas bancarias como «El día que Julián tuvo monos en la bragueta».
"La puerta maldita y el vendaval de papeles"
—«Enrique Arturo Giraldo», nuestro —jefe de cuentas corrientes—, era todo un personaje y el protagonista involuntario de una “comedia” diaria que se desarrollaba en nuestro banco. Su escritorio, estratégicamente —o más bien, desafortunadamente— ubicado junto a la puerta lateral del edificio del banco, se había convertido en el escenario de un espectáculo que “Hernando Balvin” y “yo” esperábamos con ansias cada tarde.
—A las cuatro en punto, cuando cerraban la puerta principal del banco, comenzaba nuestra función favorita. El guarda de seguridad, en su papel de "eterno olvidadizo",— debía abrir y cerrar una —puerta alterna— más estrecha para el paso de personas autorizadas. Esta «maldita puerta», como la llamaba “Arturo”, quedaba justo al lado de su escritorio, siempre repleto de papeles como si fuera notario.
—El show se desarrollaba invariablemente en tres actos:
—Acto I: “El celador”, fiel a su «desmemoria crónica», abría la puerta sin previo aviso.
—Acto II: Una ráfaga de viento, digna de un huracán “categoría cinco”, entraba en escena. La puerta, ligeramente desnivelada, parecía invitar a un “vendaval” a jugar con los documentos de “Arturo”.
—Acto III: Los papeles del escritorio emprendían “vuelo”, convirtiendo la oficina en un carnaval de confeti administrativo.
— ¡Cierren esa maldita puerta! —rugía “Arturo”, su rostro tornándose de un tono escarlata que haría palidecer a un tomate maduro.
—El pobre celador, “pillado” por sorpresa como cada día, se apresuraba a cerrar la puerta, murmurando —disculpas— que se perdían en el “vendaval” de papeles.
— Lo siento, jefe —respondía el guardia, con una sonrisa inocente—. Se me olvidó advertirle.
— ¡Se le olvidó advertirme! —repetía “Arturo”, con un tono de incredulidad—. ¡Es la misma historia todos los días!
—Mientras tanto, “Hernando” y yo nos divertiamos, y congeniamos la risa, intercambiando miradas cómplices. «¡Vuelve y juega!», parecíamos decirnos sin palabras.
—Lo más hilarante era la precisión “cronométrica” del —suceso— y la forma en que “Arturo” corría detrás de los papeles, como si estuviera persiguiendo mariposas en un campo primaveral. Era un espectáculo que nunca perdía su encanto, a pesar de —o quizás debido a su naturaleza repetitiva.
— Un día de estos —me susurró Hernando entre risitas— voy a traer crispetas para disfrutar mejor el show.
—Y así, día tras día, la «puerta maldita» seguía cobrando su cuota de papeles voladores y gritos exasperados, mientras el resto de nosotros “disfrutábamos” de este peculiar —circo bancario—. Después de todo, ¿quién necesita «Netflix» cuando tienes a “Arturo” y su batalla contra el viento y el olvido?
“Silverio Beltrán y sus Contrataciones: Una Historia de Arte y Aventura”
—En los años 80, el «Banco Mercantil» vivió un “remezón” administrativo que trajo consigo a “Silverio Beltrán” desde “Bogotá” para tomar las riendas del “departamento de personal”. Con un modo de ser estricto, y mirada de águila, “Silverio” llegó dispuesto a poner orden y dejar su huella en la institución.
—“Yo”, un humilde servidor del “arte y las finanzas”, había solicitado —exponer mis cuadros en el banco— días antes de su llegada. La respuesta inicial fue un rotundo —"no",— aduciendo que mis obras no eran “apropiadas” para exhibir en una institución bancaria. Sin embargo, el destino tenía otros “planes”.
—Apenas llegó, “Silverio” me llamó con su voz grave:
—"¡Oye, tú! He oído que pintas.
—¿Por qué no traes tus —cuadros— la semana entrante y los expones aquí?".
— Sorprendido por su propuesta, intenté objetar, pero Silverio insistió con una sonrisa:
—"¡Nada de peros! Trae tus cuadros y déjanos disfrutar de tu arte".
—A pesar de la premura, logré organizar la “exposición”, que resultó ser un gran éxito, más allá de mis expectativas. Mis cuadros, antes “rechazados”, ahora adornaban las paredes del banco, transformando el frío ambiente en una “galería bancaria”. El resultado fue que —vendí todas las pinturas a compañeros y clientes, e incluso recibí más encargos que no pude cumplir. Más de 40 años han pasado, y esas pinturas aún decoran las paredes de las casas de algunos compañeros, llenándome de orgullo y alegría.
—Pero “Silverio” no solo era un amante del arte. Como jefe de personal, utilizaba sus privilegios y la autoridad que le daba el puesto para “reclutar” nuevas —empleadas, seleccionándolas con un “ojo clínico” que haría palidecer a cualquier “cazatalentos” de “Hollywood”. Su criterio no era precisamente “profesional”. El banco se llenó de mujeres tan hermosas que parecían salidas de una pasarela.
—"¿Viste a la nueva secretaria?", me decía un día “Alberto Ochoa”, conocido como "el mono" Ochoa. "Silverio tiene un ojo para las bellezas que ni te cuento".
—¡Cosa que le admiro!
— "¡Y cómo no!", continuó Alberto. "Silverio las contrata pensando en futuros “prospectos” para sus “aventuras amorosas”. ¡Es un “Don Juan” en toda regla!". Uno más de la competencia!
—“Silverio” siempre se las arreglaba para esbozar una sonrisa misteriosa y, con un guiño cómplice, seguía su camino, dejando tras de sí una estela de rumores y susurros.
—Pero si creían que “Silverio" era el único con ojo para el "talento", es que no conocían a “Bernardo Rivera”, el «Mourinho» de “cuentas corrientes”. Este personaje, también sacado de un cuadro surrealista, era un fanático del fútbol con una habilidad casi sobrenatural para detectar cracks del “balompié” con solo verlos caminar por la acera.
—“Bernardo” empezó a reclutar su «dream team» bancario. Donde otros veían potenciales cajeros o asesores financieros, él veía “mediocampistas” creativos y “delanteros letales". Su verdadera —genialidad— se reveló cuando se fue de gerente del «Banco de Occidente».
—Los partidos de fútbol entre el «Banco Mercantil» y el «Banco de Occidente» eran épicos. El equipo de “Bernardo”, plagado de “estrellas” reclutadas con su peculiar “método”, era una aplanadora que arrasaba con todo a su paso. “Bernardo”, cual «Ancelotti» en “miniatura”, dirigía desde la tribuna con la —maestría— de un director de orquesta, mientras "el humilde equipo nuestro" se —diluía— ante tanta “luminaria”.
—Así era el «Banco Mercantil», un lienzo “verde” donde la realidad y la fantasía se entrelazaban, dando vida a historias extraordinarias. Un lugar donde el arte, el —fútbol— y el amor se daban cita para crear una sinfonía surrealista que aún hoy resuena en nuestros recuerdos. Entre pinceladas de arte y —contrataciones estratégicas—, “Silverio Beltrán” y “Bernardo Rivera” dejaron una marca imborrable en el banco, y aunque sus métodos fueran poco —ortodoxos—, su legado perdura en las risas y los recuerdos de aquellos que tuvimos la suerte de conocerlos.
"El amigo secreto y la gallina sorpresa"
—En el banco, el mes del —amor y la amistad — era sinónimo de expectación, misterio y, como descubriría, de inesperadas sorpresas “aviares”. El juego del amigo secreto se había convertido en una tradición tan arraigada como los intereses compuestos.
—Nos reunimos, como “conspiradores de la alegría", para sacar los famosos "papelitos". El ritual era simple: sacas un nombre, te conviertes en —Santa Claus — “encubierto” para esa persona, y rezas para que quien te haya sacado a ti no tenga un sentido del humor retorcido.
—Durante semanas, el banco se convirtió en un nido de “espías aficionados". Todos dejábamos dulces y pistas como si fuéramos agentes secretos en una misión de “diabetes”. —Yo, ingenuo de mí, disfrutaba de los caramelos que aparecían mágicamente en mi escritorio, sin sospechar el desenlace que me esperaba.
—El día de la revelación del amigo secreto había llegado.
—Los regalos iban y venían, acompañados de risas, abrazos y alguna que otra decepción mal disimulada.
—Yo, como el “último mohicano”, esperaba mi turno, convencido de que mi amigo secreto había sido un genio del despiste.
—¡Qué habilidad para pasar desapercibido!—, pensé.
—Para nuestro último participante —anunció el improvisado “maestro de ceremonias” con una sonrisa “sospechosa”, —el regalo está en su puesto de trabajo!.—
—Intrigado, me dirigí a mi escritorio, precedido por una —procesión de compañeros— que parecían saber algo que yo ignoraba. Al llegar, “la escena” era digna de una comedia: allí, acurrucada a mi silla y atada con una “cabuya” como si fuera el más extraño de los adornos de oficina, estaba una “gallina”. Viva. “Cacareando”. Real.
—Las carcajadas estallaron a mi alrededor mientras contemplaba a mi nueva “asustada compañera”.
—¿Qué se supone que haga con este animal?
—pregunté, entre divertido y desconcertado—.
¿Abrir una sucursal “avícola”?
—Bueno —dijo alguien entre risas—, al menos tendrás “huevos frescos” para el desayuno.
—¿Quién necesita una alarma de seguridad con una gallina guardiana?
—comenté, tratando de mantener la dignidad.
—Me vi obligado a “pasear” por el banco con mi nueva amiga emplumada, como si fuera lo más normal del mundo. Los clientes nos miraban perplejos. Yo solo podía imaginar sus pensamientos:
—«¿Es esto un nuevo servicio del banco?
—¿Depósitos de maíz, quizás?»
—¡Cuidado donde la dejas! —me advirtió un compañero—. No queremos "depósitos avícolas" no autorizados.
—Afortunadamente, “doña Lucelly,” la siempre alegre señora de la cafetería, vino a mi rescate. Cuando le ofrecí la gallina, sus ojos brillaron como si le hubiera entregado las llaves del banco.
—¡Ay, qué belleza! —exclamó—. Justo estaba pensando en hacer un “sancocho”.
Decidí no preguntar si el “sancocho” estaría en el menú de mañana.
Cuando finalmente se reveló la identidad de mi amigo secreto, no pude más que reír. —¡Julian Palacio!—, exclamé al descubrir al bromista detrás de la —pluma y el pico—. Me miraba con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Te gustó tu regalo "emplumado"?
—preguntó, orgulloso de su ocurrencia.
—Julián —respondí—, has llevado el concepto de "cuenta corriente" a un nuevo nivel. —Espero que el próximo año no se te ocurra regalarme un toro, o tendré que abrir una sucursal de un “Banco Ganadero”!.
—Desde ese día, cada vez que alguien menciona el juego del "amigo secreto", no puedo evitar mirar nerviosamente a mi alrededor, buscando —gallinas infiltradas—. Y “Julián”, bueno, él sigue siendo el rey indiscutible de los regalos memorables en el banco. Aunque, para ser honesto, prefiero mil veces una “gallina” que —calcetines—.
"El atleta de los sueños rotos: Homenaje a Carlos Enrique Uribe"
—El banco, ese laberinto de números y sueños, guardaba entre sus paredes historias que el tiempo no ha logrado borrar. Entre ellas, la de «Carlos Enrique Uribe», un joven cuya vida brilló con la intensidad de una “estrella fugaz” en el firmamento de —nuestras memorias—.
—“Carlos” llegó al departamento de “cartera” como quien llega a la vida misma: lleno de planes, rebosante de ambiciones. A sus 23 años, era un “caleidoscopio” de talentos:
—atleta consumado, —juez de la liga de atletismo, —árbitro de fútbol.
—Pero fue en el “verde rectángulo" del fútbol donde el destino le tenía reservada una sorpresa.
—Aquel día en que «Carlos» se animó a jugar con nosotros en el banco, el césped pareció reconocer en él a un —viejo amigo. Sus pies, acostumbrados a medir la —justicia— en el campo, descubrieron una nueva vocación. —El balón—, como hechizado, encontraba siempre el camino hacia sus “botines”, y de ahí a la red. —”Gol tras gol", partido tras partido, “Carlos” se convirtió en nuestra figura inesperada, en el —artífice— de victorias que sabían a milagro. Balón que le daban el área de las 18, balón que iba dentro.
—Esto me hace acordar de un gran jugador colombiano que admire mucho en su tiempo,” El palomo Usurriaga", de él contaban que era jugador de basketball y que solo a los 18 años, se le ocurrió jugar al fútbol, después se convertiría en una estrella.
—Pero más allá del fútbol, “Carlos” era un soñador. Sus ojos brillaban cuando hablaba de la universidad, de ese futuro que imaginaba —brillante— como un diamante recién pulido. Sin embargo, la vida, esa “dramaturga caprichosa”, le había asignado un antagonista implacable: una —”úlcera gástrica”— que mordía sus entrañas y amenazaba con devorar sus sueños.
—Cansado de remedios que solo ofrecían "treguas temporales", Carlos decidió enfrentar su “batalla interior”. Con la determinación de un —antiguo guerrero—, convenció a su médico de que la cirugía era el único camino. Lo recuerdo en aquella cama de hospital, su sonrisa desafiando al miedo, sus palabras tejiendo un —futuro— que ya acariciaba con la punta de los dedos.
—La operación llegó un martes, como llega la —primavera después de un largo invierno—. Pero el miércoles, oh cruel miércoles, trajo consigo el viento helado de la tragedia. La —peritonitis—, esa traidora silenciosa, se había colado en el quirófano. Y en cuestión de horas, —la llama— que era “Carlos" se extinguió, dejándonos sumidos en una oscuridad que parecía no tener fin.
—Así se fueron los sueños de “Carlos”, —arrastrados— por un río, que nunca dejará de fluir. Su partida nos recordó la fragilidad de nuestras —ambiciones—, la delicada danza entre el deseo y el destino.
—Hoy, en mis nostálgicos recuerdos, mientras recorro los pasillos del banco, a veces creo escuchar el eco de sus risas, el murmullo de sus planes. Y me pregunto, ¿qué habría logrado Carlos si el tiempo hubiera sido más generoso? ¿Cuántos goles más habría marcado en el campo de la vida?
—La historia de “Carlos” nos enseña que la vida, como un —partido de fútbol—, puede cambiar en un instante. Nos recuerda que debemos jugar cada minuto como si fuera el último, perseguir —nuestros sueños— con la pasión de un “delantero” frente al arco.
—Y mientras el banco siguió su rutina diaria, entre el tintineo de monedas y el susurro de billetes, la memoria de “Carlos” permanesera, como un “gol inolvidable" en el —marcador— de nuestras vidas. Su recuerdo nos —desafía— a vivir plenamente, a no dejar para mañana los sueños que podemos alcanzar hoy.
—Porque al final, ¿quién sabe qué sorpresas nos depara el próximo partido?
—"Estas experiencias con mis ex compañeros de trabajo me enseñaron valiosas lecciones sobre la naturaleza humana y la importancia de las relaciones laborales. Cada persona dejó una huella única en mi camino."
—"Pero el destino tenía preparados nuevos desafíos. La década de los 80 en “Medellín” se avecinaba —turbulenta—, trayendo consigo cambios que sacudirían los cimientos de nuestra sociedad. Las calles que una vez recorrí con despreocupación comenzaban a susurrar historias de peligro y violencia. El aroma del café en las mañanas empezaba a mezclarse con el miedo que se respiraba en el aire.
—En medio de esta incertidumbre, —un sueño— comenzaba a tomar forma en mi mente: la posibilidad de buscar nuevos horizontes más allá de las fronteras de mi país. ¿Sería capaz de dejar atrás todo lo que conocía? ¿Encontraría en tierras lejanas las oportunidades que mi amada Medellín parecía estar perdiendo?
—Mientras la ciudad se transformaba ante mis ojos, yo también me preparaba para un cambio. Los años venideros traerían consigo —decisiones difíciles—, despedidas dolorosas y la promesa de un —futuro incierto— pero lleno de posibilidades.
El próximo capítulo de mi vida estaba a punto de comenzar, y con él, una aventura que me llevaría a lugares que jamás imaginé..."
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<<CAPITULOS DEL LIBRO >>
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- 0 - ROLOGO Pinceladas de Recuerdos
- 22 -Una Melodía de Anhelos y Desencuentros
26 -Del Humor al Recuerdo: Historias del Banco y Sus Personajes
- 29.-Cuando el Banco se Convierte en tu Segundo Hogar
- 30.-Historias de Amigos y Aventuras: Galería de personajes bancarios
- 31.-Raspando la «olla anecdótica
- 32.-El Pulso de una Ciudad: Medellín entre la Nostalgia y el Temor
- 33.-Semillas al viento: La odisea de la familia Salazar Suárez
- 34. -Medellín en los 80: Memorias de una Ciudad en Dualidad
- 35.-Maleta de Sueños: Crónica de un Viaje sin Retorno
- 36.-Quemando las naves del destino
- 37.-Aromas de esperanza: Renacimiento en el barrio griego de Montreal
- 38.-La Huella del Exilio: Entre el Frío y la Esperanza
- 39.-Danza de Recuerdos: Espejismos en la nieve
- 40.-Un Alma Suspendida entre Dos Mundos
- 41.-Entre Sombras y Lluvia: Memorias de un Alma Errante
- 42.-El Laberinto del Renacimiento: Un Viaje del Alma
- 43.-El Refugio de la Esperanza: La eternidad de un instante
- 44.-Entre risas y lágrimas: El dulce misterio de vivir
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Super, esperemos ese nuevo capítulo de tu vida.
ResponderBorrarDon Abel, me he reído con el miquito de Julian, no me acuerdo de Carlos Uribe. Mi trabajo antes de llegar al banco fue Financiera Furatena. Disfruto mucho tus escritos. ~Ligia Isabel Arias~
ResponderBorrarAbelardo.Me causó mucha risa la historia del miquito y tu gallina; sería que el Señor Julian pensó que al regalartela tendría la oportunidad de un sancocho para él y algunos de Los empleados ? Que maravillosas anécdotas.Felicitaciones .🥁🥁~Luz Stella
ResponderBorrar[11:55, 6/28/2024] +57 313 7557979: Ayyyy Abelardo super esas historias, creo haber escuchado la historia de tu regalo muy ingenioso Julián, a mi me paso trabajando en en Protección en la oficina de camino de Real...una afiliada en agradecimiento me llevo una gallina juajuajua que embalada y me salvó también la señora de la cafetería que salía más temprano para la casa y se la llevó y como a los 2 días llegó con tremendo sudado, el cual me disfrute demasiado 😋😋😋😋 riquísimo que sazón.
ResponderBorrarYo veo todo el escrito muy bien....Lo que no sabía era que había muerto un compañero, a mí no me toco. ~Dolly~