No 23 “Los años setenta: "Caminos Entrelazados: Un Relato de Sueños y Desafíos"

**Sinfonía agridulce de juventud, amor y emprendimiento**

—Los años setenta irrumpieron en mi vida como una melodía discordante, una mezcla de agitación y melancolía que marcaría mi destino. Fue una década de represión y explosión en —Medellín—. Construimos nuestros barrios y respondimos con movimientos sociales. La industria entró en crisis y muchos nos quedamos sin trabajo. Vecinos se convirtieron en "mágicos" y amigos engrosaron las filas de la economía ilegal.

—En medio de la agitación, eventos como el "Festival de Ancón" en 1971 fomentaron la difusión del consumo de cannabis y la contracultura. Aunque al principio se consideraba una tendencia pasajera, estableció las bases para el narcotráfico y la violencia relacionada. Medellín experimentó una transformación significativa con la migración rural, la crisis industrial, los movimientos sociales y el auge de la economía ilegal del narcotráfico, marcando una era de cambios radicales.

—Tras dejar atrás mi primer amor intenso, me sumergí en un mundo de fantasías, música y romances efímeros. El alcohol, las mujeres y las fiestas se entremezclaban, brindándome un escape ilusorio de las tristezas que me asediaban. Mi sonrisa era más un disfraz para impulsarme a seguir adelante que un reflejo de felicidad verdadera. Decidí no dejarme vencer por el sufrimiento y continuar a pesar de los sueños fallidos.

—En medio de este “torbellino" de inquietudes, mi frágil mundo se tambaleaba. El estruendoso fracaso en mis estudios —resonaba— como un eco amargo en mi interior, un recordatorio constante de mis limitaciones y de la incertidumbre que se cernía sobre mi futuro. Sin embargo, en medio de la oscuridad, un rayo de luz inesperada iluminó mi camino: la llegada de un —”amor efímero”,— pero intenso, irrumpió en mi vida como una tormenta de verano, llenándola de pasión y emoción.

—Fue un “amor fugaz”, un fuego artificial que se extinguió en un —santiamén,— pero que dejó en mí una huella imborrable, un sabor —agridulce— que aún hoy puedo saborear. A pesar de las turbulencias emocionales y académicas, la década de los setenta trajo consigo una —leve mejoría— en la economía familiar. Mis hermanos “Gilberto” y “Manuel”, hombres emprendedores por naturaleza, decidieron dar un giro a su vida y montar su propio negocio: un taller de reparación de buses en “Santamaria” “Itagui", llamado —"Taller Salazar Hnos”.— “Enderezada, ajuste y pintura".

Gilberto, poseedor de un carisma innato para los negocios, era el alma y pilar del taller. Su don de gentes y su conocimiento profundo del gremio de transportistas lo convirtieron en una figura reconocida en “Itagüí”, especialmente entre los choferes de buses. —“Don Bernardo Marulanda”,—  un acaudalado propietario de una veintena de buses, se convirtió en su cliente habitual, asegurando un flujo constante de trabajo y consolidando el éxito del negocio.

Mientras Gilberto brillaba como empresario, cosechando éxitos y ganando popularidad, su vida personal tomaba un —ritmo vertiginoso.— Sus amistades se multiplicaban y con ello, las invitaciones a eventos sociales, la vida nocturna, las mujeres y todo lo que conllevaba este nuevo estilo de vida. Tal era su fama, que incluso cuando se paraba en la avenida “Guayabal” a tomar transporte, cualquier vehículo que pasaba lo recogía sin cobrarle, un gesto de admiración y reconocimiento a su —figura pública.—

En contraste con la agitada vida social de Gilberto, Manuel, de carácter más reservado y apacible, se encargaba de la logística y la seguridad del taller. Su presencia constante, su dedicación y su trabajo silencioso eran pilares fundamentales para el funcionamiento del negocio. Sin embargo, los domingos, Manuel se despojaba de su rol de celador para disfrutar de la compañía de sus amigos en las partidas de billar en "Rancho Grande", lugar que frecuentaba en sus momentos de desahogo en los que compartía risas y anécdotas, recordando con nostalgia la vida simple y tranquila que había dejado atrás.

La vida en el "Taller Salazar Hnos." Era un microcosmos vibrante, un reflejo de la época y de las circunstancias que rodeaban a mi familia. Entre el ruido de las herramientas, el olor a pintura fresca y el trajín de los buses que entraban y salían, se tejía una historia de —trabajo,— esfuerzo y superación, una sinfonía —agridulce— que marcó un capítulo importante en la historia de nuestras vidas.

En medio de la turbulencia emocional y académica, mi espíritu inquebrantable me impulsó a buscar nuevos horizontes, listos para ser plasmados en las páginas de mi propia novela. Como un ave fénix renaciendo de sus cenizas, me levanté de los escombros del fracaso académico y navegué los mares del amor y el emprendimiento, forjando mi propio destino en la sinfonía discordante de los años setenta.

Hubo mil cosas que no elegí, que me llegaron de pronto y me transformaron la vida. Cosas buenas y malas que no buscaba, caminos por los que me perdí, personas que vinieron y se fueron, una vida que no esperaba. Y elegí, al menos, cómo vivirla. Elegí los sueños para decorarla, la esperanza para sostenerla y la valentía para afrontarla.

**El viaje de Gonzalo: Un salto hacia la incertidumbre**

En 1972, la historia familiar dio un giro inesperado con la audaz decisión de mi hermano mayor, Gonzalo, de embarcarse en un viaje migratorio hacia Montreal, Canadá. “Montreal”, “una ciudad isla” —cautivadora,— conocida por su vibrante vida cultural, su imponente arquitectura y su encantador metro subterráneo adornado con coloridas obras de arte, se convertía en el destino de sus sueños.

Era una época en la que la —emigración— se percibía como la llave hacia un futuro mejor, una búsqueda incansable de oportunidades y fortuna, especialmente en países como Estados Unidos. Sin embargo, Gonzalo, junto a un amigo de la familia, Manuel González, optaron por esta ciudad canadiense. Se embarcaron en un viaje sin retorno el 2 de septiembre de 1972, con la incertidumbre familiar y el sacrificio como compañeros inseparables.

“Gonzalo”, un hombre de temple —inquebrantable,— era una figura singular en nuestra familia. A pesar de no haber pasado por una escuela ni tener estudios formales, poseía una inteligencia natural y una capacidad de autoaprendizaje que lo convertían en un líder nato. Era él quien tomaba las grandes decisiones familiares, guiando con sabiduría y determinación el rumbo de nuestra —frágil— y pequeña embarcación, en los momentos más difíciles y decisivos. Las únicas letras que aprendió fueron de una matrona de campo, pero eso le bastó para forjar una mente despierta y ávida de conocimiento.

A su lado, emprendía la aventura —Manuel González,— un amigo inseparable de la familia, que desde que llegamos a Itagüí, fue tal vez uno de los primeros amigos. Manuel, de carácter más reservado y precavido, aportaba a la dupla un equilibrio perfecto. Aunque ambos compartían el anhelo del "sueño americano”, Manuel podía ser más cauto en su aventura. Sus maletas estaban ligeras de equipaje, pero repletas de sueños por conquistar. A diferencia de Gonzalo, quien arriesgaba —todo—  por un futuro mejor, Manuel tenía menos que perder: su familia no dependía de su éxito. La decisión de Gonzalo de emigrar a Montreal no estuvo exenta de dudas y temores.

—¿Cómo afrontará las dificultades de la vida en un país extranjero sin educación formal ni conocimiento del idioma? —nos preguntábamos todos.—

La incertidumbre de toda la familia era palpable en el aire, pero también la esperanza de un —futuro— promisorio. Para financiar el viaje, la familia se vio obligada a hipotecar nuestra humilde casa, una decisión que reflejaba la confianza depositada en los “hombros” de Gonzalo. Los temores eran latentes, pues él partía sin estudios formales y con un conocimiento nulo del inglés y el francés, los idiomas del país que lo acogería.

Desde mis más tempranos años, mi mente era un —pájaro enjaulado— que anhelaba volar. Mis sueños dorados se tejían con hilos de —anhelos— por descubrir nuevos horizontes, abandonar el nido que me vio nacer y emprender el vuelo migratorio, tal como lo hizo mi hermano Gonzalo al viajar a Montreal, Canadá. Sin embargo, aquellos sueños de una vida floreciente en una ciudad donde las cuatro estaciones danzaban con esplendor, eran capullos frágiles que podían marchitarse ante los —vientos implacables— de la realidad.

Mis sueños rápidamente caían al pozo de la incertidumbre, siempre por la misma razón: la situación económica y la falta de competencias académicas. Caminaba solo, con la —esperanza— como única compañera, mientras observaba con admiración y anhelo el viaje de mi hermano. La incertidumbre era mi sombra constante, pero también el —motor— que me impulsaba a no desfallecer.

Para esos días en que el camino se —bifurcaba— en una encrucijada de incertidumbres, y el alma se rendía ante la “melancolía” y la “soledad” de no saber qué —sendero— tomar. Por los sueños edificados con anhelos que se —desmoronaban— al soplo de los vientos de la dura realidad. La claridad de una dicha plena se filtraba en mi vida en instantes solo creados por la —ilusión,— para caer después en la tiniebla más densa, en el vacío sin fin, en un abismo de desolación sin fondo donde se perdían las esperanzas.

Sabíamos que el camino no sería fácil para “Gonzalo”, pero confiábamos en su determinación inquebrantable para enfrentar los embates y dificultades que todo migrante experimenta. Las noticias de él eran escasas, pero cada carta o llamada telefónica era un tesoro invaluable que me inspiraba y me recordaba que el esfuerzo y la perseverancia podían abrir puertas insospechadas.

La partida de Gonzalo no solo marcó un giro en su propia vida, sino que también sacudió los cimientos de nuestra familia, reorganizando responsabilidades y las dinámicas del trabajo en el hogar. Si bien la emigración suele emprenderse con la ilusión de mejorar las condiciones económicas y —"sacar a la familia adelante",— también conlleva profundas transformaciones en la estructura y el significado mismo del núcleo familiar. Las remesas que Gonzalo enviaba desde Canadá, posiblemente —aliviaron— nuestra situación económica, pero a su vez generaron nuevos roles y necesidades de cuidado y apoyo que debían suplirse a través de la red familiar.

En mi corazón ardía la llama de la esperanza, alimentada por el ejemplo de mi hermano y por el anhelo de un futuro en el que pudiera alcanzar mis sueños en una ciudad como Montreal, que combinaba la belleza natural con la riqueza cultural. La distancia me separaba de Gonzalo, pero nos unía un lazo invisible, un vínculo de amor y apoyo mutuo que nos impulsaba a seguir adelante.

—¿Cómo afrontará Gonzalo las barreras del idioma y la falta de educación formal en su nueva vida en Montreal? 

— ¿Logrará adaptarse y construir una nueva vida próspera para él y, potencialmente, para su familia? 

—¿Inspirará el viaje de Gonzalo a otros miembros de la familia a perseguir sus propios sueños?

«El viaje de Gonzalo a Montreal es un símbolo de la valentía, la esperanza y el sacrificio que enfrentan muchos inmigrantes en busca de un futuro mejor. Su historia nos invita a reflexionar sobre las decisiones difíciles que debemos tomar en la vida, los desafíos que debemos superar y la fuerza que podemos encontrar en el amor y el apoyo familiar. También nos plantea la cuestión de las desigualdades educativas y sociales que impulsan a las personas a emigrar, y el coraje que se necesita para comenzar de nuevo en un país desconocido.»

**Entre sombras y destellos**

En el fragor de mis turbulentos años, donde el corazón latía al compás de un amor agridulce, el ejemplo de Gonzalo se convirtió en mi norte, la estrella que guiaría mis pasos hacia un futuro incierto pero lleno de promesas. Sus huellas eran el —mapa— que debía seguir, atravesando mares de dudas y temores, escalando montañas de adversidades, para alcanzar finalmente esa anhelada tierra de oportunidades. 

Aunque el camino estuviera plagado de espinas, su luz en la lejanía era el faro que iluminaba mi ruta, dándome la fuerza para no desvanecer en la bruma de la incertidumbre. Con su recuerdo como estandarte, me armé de valor para emprender el vuelo, abandonar el nido añorado y desplegar mis alas hacia nuevos horizontes, hacia la aventura de una vida por descubrir.

Creía haber encontrado en el amor intenso la eternidad misma. Sin embargo, la vida me llevó por caminos inesperados, donde el licor y la vida nocturna se convirtieron en refugio para una pobre alma cansada de desengaños. Me sumergí en un mundo de fantasías, donde la música y los amores fugaces tejían una tela de sueños truncos, una ilusión efímera que buscaba desesperadamente ahogar mis fracasos.

El licor, la parranda y los amores fugaces fueron —bálsamos— para el dolor, una forma de recompensar las heridas que el destino había dejado en mi ser. En medio del caos, sonreí y me entregué a la vorágine de la vida, convencido de que la felicidad se encontraba en la intensidad del momento presente. Aposté a la vida con la certeza de que nunca caería en lágrimas, desafiando al destino con la arrogancia de quien cree estar destinado al triunfo.

Entre las sombras del pasado y los destellos del presente, me sumerjo en un mar de recuerdos y emociones, dejando que la melancolía acaricie mi alma con su suave tacto. Cierro los ojos y viajo a aquellos días de juventud, donde cada risa resonaba como una sinfonía de alegría y cada lágrima era un eco del dolor más profundo.

Recuerdo las noches de desenfreno, donde el alcohol se convertía en el elixir que embriagaba mis sentidos y las luces de la ciudad se fundían en un baile hipnótico. En medio de la multitud, me sentía solo, perdido en un mar de rostros desconocidos que buscaban en el placer efímero una tregua a sus penas.

Pero en medio de la oscuridad, también encontré destellos de luz, momentos de verdadera conexión humana que me recordaron que, detrás de las máscaras que todos llevamos, late un corazón lleno de sueños y esperanzas. Fue en esos encuentros fugaces donde hallé la verdadera riqueza de la vida, en la capacidad de compartir momentos de felicidad y complicidad con aquellos que, aunque pasajeros, dejaron una huella imborrable en mi corazón.

Ahora, en la serenidad de la madrugada, contemplo el horizonte con la mirada perdida en el infinito, preguntándome qué deparará el futuro y si algún día encontraré la paz que tanto anhelo. Pero mientras tanto, seguiré navegando por los mares turbulentos de la existencia, aferrándome a la esperanza de que, en algún rincón del universo, aguarda un nuevo amanecer lleno de promesas y sueños por cumplir.

Sin embargo, en mi viaje por los laberintos del placer y la euforia, aprendí que el sufrimiento es parte intrínseca de la existencia. Me enfrenté a la pérdida, al desengaño, pero en cada caída encontré la fuerza para levantarme una vez más. Aliado con el viento, dejé que la pena se desvaneciera en el horizonte, convirtiéndola en compañera de viaje en mi travesía por la vida.

Los sueños que alguna vez acaricié se desvanecieron en el camino, olvidados entre los fantasmas del pasado. Pero en ese largo viaje, coseché experiencias, vivencias que me enriquecieron el alma y me recordaron que, al final del día, nada se pierde si se vive con intensidad y se abraza cada instante como si fuera el último.

Ahora, en la quietud de la noche, reflexiono sobre mi travesía, sobre las cicatrices que el tiempo ha dejado en mi ser. Y aunque el destino haya cambiado mis planes y las estrellas hayan trazado un rumbo distinto al que imaginé, sé que la vida sigue su curso implacable, y yo, en medio de sus giros y sus vueltas, sigo aquí, riendo y llorando, viviendo y amando, en un eterno baile con el destino.

**Las lecciones del taller**

Mientras yo me sumergía en los deleites efímeros y las noches de desenfreno, mi hermano Gilberto transitaba por un sendero similar, empapado de fiesta y celebración. Su éxito empresarial lo elevó a las alturas de la fama y la fortuna, dotándolo de una prosperidad que yo solo podía imaginar. Sin embargo, como suele suceder en esta vida, las malas decisiones cobran su precio.

Las recurrentes ausencias de Gilberto dejaban el peso de la responsabilidad sobre los hombros de nuestro otro hermano, Manuel. Este último, aunque carecía del carisma y la habilidad de trato con los clientes que poseía Gilberto, se veía obligado a hacerse cargo de las demandas del taller. Los viernes, tras liquidar los pagos correspondientes a los trabajadores, Gilberto desaparecía, y no volvía a su labor hasta el inicio de la semana siguiente. Los compromisos se multiplicaban, pero él brillaba por su ausencia. La clientela comenzaba a impacientarse ante los retrasos en la entrega de los trabajos, las deudas se acumulaban y la mala gestión pasaba factura.

Después de un par de años de funcionamiento, el taller necesitaba desesperadamente una inyección de capital para evitar el inminente naufragio. En un intento por salvar la situación, Manuel tomó una decisión drástica: puso en venta el terreno que había adquirido en Itagüí, fruto de su incansable labor durante su tiempo en "Superbus". Sin embargo, esta acción resultó ser un error monumental.

Conscientes del comportamiento de Gilberto y su afán por mantener su estilo de vida hedonista, sabíamos que las cosas no cambiarían para mejor. Gilberto seguía atrapado en el mundo de las falsas promesas del placer mundano, incapaz de apartarse de sus hábitos de fiesta y excesos. El terreno, una verdadera joya tanto por su ubicación privilegiada como por su extensión, se vendió casi de inmediato a un precio irrisorio.

A pesar del sacrificio de Manuel y la venta de su fuente de seguridad futura, el taller apenas logró un respiro con la inyección de capital. Las decisiones erróneas seguían acechando, y el futuro del negocio seguía siendo incierto.

**La caída y la redención**

Después de resolver temporalmente la crisis financiera del taller, Gilberto continuó con su estilo de vida desenfrenado, como era de esperarse. Sin embargo, la tranquilidad fue efímera. Poco tiempo después, el taller se vio envuelto en un escándalo cuando incumplieron con un cliente importante. Este cliente, un influyente político de Itagüí, había adelantado dinero con la promesa de recibir un trabajo que nunca se completó.

La mala suerte jugó en su contra, y la situación escaló cuando el político decidió denunciarlos. Como resultado, tanto Gilberto como Manuel fueron detenidos y llevados a las antiguas dependencias del —DAS.— Posteriormente, los trasladaron a la cárcel de Yarumito en Itagüí. Para Gilberto, esta situación fue como un juego, una experiencia que tomó con ligereza y humor, mientras que Manuel se hundía en la desesperación.

En medio de la adversidad, Gonzalo demostró una vez más su genialidad. En aquel entonces, trabajaba como mensajero para el Dr. —Ramón Abel Castaño,— un abogado importante y fundador de la —Escuela de Minas.— Gonzalo, con su habilidad para mover influencias, habló con el doctor y logró que interviniera en el caso. Gracias a sus gestiones, después de ocho largos días, mis hermanos recuperaron la libertad.

A pesar de la angustia y la incertidumbre que rodearon esos días oscuros, el regreso de Gilberto y Manuel a casa fue un rayo de esperanza en medio de la tormenta. Sin embargo, las cicatrices de esa experiencia dejaron una profunda marca en la familia. Gilberto, aunque liberado, enfrentaba ahora las consecuencias de sus acciones. La reputación del taller se vio dañada, y las deudas seguían acumulándose.

Para Manuel, la situación fue aún más difícil. Había sacrificado su seguridad financiera al vender su terreno para salvar el taller, y ahora se encontraba en un estado de desesperación y desesperanza. La confianza en Gilberto se había desvanecido, y las relaciones familiares se tensaron.

Mientras tanto, Gonzalo emergió como un verdadero héroe, utilizando sus habilidades y contactos para rescatar a sus hermanos de la injusticia. Su astucia y determinación demostraron una vez más su valía, consolidando su posición como el pilar de la familia en tiempos de crisis.

A medida que la tormenta comenzaba a disiparse, la familia enfrentaba una encrucijada. ¿Podrían superar las adversidades y reconstruir lo que se había perdido? ¿O sucumbirían bajo el peso de sus propios errores y la traición interna? La respuesta residía en las decisiones que tomarían a partir de ahora, en la fortaleza de su unidad y en la capacidad de encontrar la redención en medio del caos.

**Un giro inesperado**

A mediados del año 73, entre mis andanzas fui contactado por un vecino militar retirado, Don Román Arenas, quien en esos momentos prestaba su casa para la campaña electoral del —Dr. Álvaro Gómez Hurtado,— candidato a la presidencia. Sin nada que perder y sin inclinaciones políticas, me uní a la campaña. Hacíamos reuniones frecuentes, que siempre terminaban con algunas copas y nuevos amigos, lo cual me caía bien para mi sistema de vida. Además, con la promesa futura de conseguir un trabajo ayudado por los políticos que apoyábamos.


Álvaro Gómez Hurtado (Bogotá, 8 de mayo de 1919 - 
Bogotá, 2 de noviembre de 1995), fue candidato presidencial por el conservatismo en 1974 y 1986.

En nuestro caso, el “Dr. Oscar Peña Alzate”, quien fungió como presidente de Ingersoll Apollo, industria muy reconocida y antigua en Cristo Rey, fue una figura clave. También crucé amistad con su hijo, Carlos Mario Alzate, jefe de la campaña en el sector. Más me entusiasmaba al ver que algunos de los que participábamos iban consiguiendo buenos trabajos en las empresas más cotizadas del momento: Fabricato, Polímeros, —Coltejer,— eran un sueño tangible de algún día tener un empleo allí.

En aquella época, Medellín vivía una transformación profunda. La industria textil, otrora símbolo del progreso antioqueño, comenzaba a mostrar signos de declive. Coltejer, la emblemática compañía fundada en 1907 y considerada la primera planta industrial moderna de textiles en Colombia, enfrentaba desafíos sin precedentes.

A pesar de su crecimiento exponencial durante gran parte del siglo XX, con la adquisición de nuevas fábricas y la construcción de su icónico edificio de 35 pisos en 1972, Coltejer no logró adaptarse a los cambios tecnológicos y a la apertura económica de los años 90. La falta de inversión en innovación y la incapacidad para competir con los productos importados sellaron su destino.

Sin embargo, en aquel entonces, la crisis aún no era evidente. Coltejer seguía siendo un referente de la industria nacional, y la posibilidad de trabajar allí representaba el sueño de muchos jóvenes como yo, ansiosos por forjarnos un futuro prometedor en el mundo laboral.

**El milagro inesperado**

El milagro parecía hacerse realidad para mí, conseguir un empleo formal, con prestaciones y demás. “Don Román Arenas” me llevó y me presentó al Sr. “Jaime Obando Aljure”, quien tenía un puesto importante en un recién fundado banco francés en Medellín, —"La Banque Nationale de Paris".—

Fue un giro inesperado en mi vida, una oportunidad que parecía sacada de mis sueños más ambiciosos. Después de tantos años de incertidumbre, de castillos construidos en la arena solo para verlos derrumbarse, por fin tenía la posibilidad de forjarme un futuro estable y prometedor.

Pero, ¿estaría preparado para este desafío? ¿Podría adaptarme a la disciplina y las exigencias de un trabajo en una institución financiera internacional? Mis días de desenfreno y amoríos fugaces parecían quedar atrás, pero ¿sería capaz de dejar atrás por completo esa vida?

Mientras caminaba hacia mi nueva vida laboral en —"La Banque Nationale de Paris",— estas preguntas rondaban mi mente, sembrando inquietudes y expectativas. ¿Sería este el inicio de una nueva etapa de estabilidad y crecimiento personal, o simplemente un espejismo más en mi camino lleno de altibajos?

El futuro se presentaba incierto, pero también lleno de posibilidades. Y aunque los recuerdos del pasado aún proyectaban su sombra sobre mí, decidí aferrarme a la esperanza de que esta vez, las cosas serían diferentes. Que esta vez, lograría alcanzar esos sueños que tantas veces se habían desvanecido como castillos de arena.

Solo el tiempo dirá si estaba preparado para los desafíos que se avecinan, tanto en mi vida personal como en el panorama económico y social de Medellín. Pero una cosa era segura: estaba dispuesto a luchar por ese futuro, a enfrentar lo que viniera con la misma determinación que me había llevado hasta aquí.

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Comentarios

  1. Hola Abelardo. Espero Estes Estes muy bien.Gracias por enviarme ese Nuevo capítulo, pues pensé Las historias tan entretenidas se habían terminado, de donde sacas tanto léxico. Yo no
    sería capaz de escribir mi biografía.
    Felicitaciones y un saludo🌰🌰🍞🍞🌰🍞🌰Luz Estela

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  2. Devolvernos en nuestra historia y revivir esos episodios, nos recuerda que 'hemos vivido' y uno se llena de nostalgia, de recuerdos, de sinsabores, pero también de alegrías por estar vivos, por poder tener presente todos esos episodios que nos recuerdan que tenemos un plan en este planeta, que aún hay sueños, tareas por cumplir y que la nostalgia es parte de la vida. Te felicito y me dejaste una lágrima, un recuerdo y una sonrisa. ~Luis Fernando

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