No 22 "Una Melodía de Anhelos y Desencuentros"

 No 22 "Una Melodía de Anhelos y Desencuentros"

Sumergido en la vorágine de mis recuerdos, un cálido resplandor inunda mi mente al evocar aquel encuentro fortuito, como un oasis en el desierto de mi vida. Fue el alba de un sueño imperecedero, una melodía de almas que resonará a través de los años venideros. En aquel bello recuerdo, nuestras miradas se fundieron en un instante mágico, semillas de un amor destinado a florecer con delicadeza.



Sin embargo, el destino tenía otros designios. Como una rosa cuyas espinas desgarran la piel del amante incauto, los obstáculos se cernieron sobre nosotros con crueldad. Mi fracaso académico del 72 fue un presagio de vicisitudes por venir, un primer acorde discordante que amenazaba con ahogar nuestros anhelos en desesperanza. Las obligaciones se amontonaban como nubes de tormenta, oscureciendo nuestro futuro. Desde el alba hasta la noche, mi jornada era un torbellino interminable que amenazaba con arrastrarme al agotamiento.

Y como si eso no bastara, el licor se convirtió en un cómplice insidioso, un espejismo que prometía alivio temporal, pero solo traía un dolor más profundo. Sus tentáculos se enroscaron alrededor de mi alma con falsas promesas de olvido que intensificaban la agonía. Nuestra relación, otrora un jardín floreciente, comenzó a marchitarse bajo el peso de la ausencia y la distancia insalvable. Éramos dos mitades destinadas a la perfección cuando se unían, pero condenadas a la desolación cuando las fuerzas del azar las separaban. Una paradoja desgarradora que laceraba nuestros corazones.

En medio de aquel torbellino, una certeza permanecía inalterable: estábamos hechos el uno para el otro, almas gemelas forjadas en el mismo crisol ardiente del universo. Pero también éramos conscientes de que el uno sin el otro estaríamos irremediablemente deshechos, como un sueño hecho trizas.

Mi situación económica reflejaba sin piedad la cruda realidad, una alegoría vívida de las limitaciones que nos mantenían atados a privaciones y penurias. En mi interior se libraba una batalla épica: el sentimiento arrollador que me unía a ella era un torrente impetuoso que amenazaba con arrastrar todas las barreras, mientras que el pesimismo erigía murallas de sombras en un intento desesperado por sofocar la llama de la esperanza.

Así, nuestro amor se convirtió en una verdadera epopeya de desafíos y sacrificios, una odisea en la que cada paso era una prueba de nuestra determinación inquebrantable. Porque a pesar de los obstáculos, nuestros corazones permanecían entrelazados, latiendo al unísono con la cadencia de un poema eterno.

En aquellos tiempos de ausencia interminable, cuando la distancia amenazaba con convertirnos en extraños, las cartas se convirtieron en un hilo conductor que mantenía vivos nuestros corazones. Cada misiva era un suspiro de anhelo, un fragmento de nuestras almas plasmado en tinta.

Aunque el servicio de correos se desenvolvía con lentitud agónica, las cartas viajaban desafiando los caprichos del tiempo y el espacio. Eran mensajeras silenciosas pero elocuentes, portadoras de emociones que trascendían barreras físicas.

Recuerdo la felicidad que me embargaba cada vez que el cartero se acercaba, su figura se había convertido en un portador de esperanza. Nuestras conversaciones eran un preludio a la sinfonía de emociones que aguardaba en cada sobre. Al abrir la carta, era como si el tiempo se detuviera y el mundo exterior se desvaneciera, existiendo solo ella y yo, unidos por el hilo inquebrantable de nuestro amor. Cada palabra era un bálsamo que curaba las heridas de la separación. Sus letras danzaban sobre el papel como pájaros en libertad, surcando el cielo de mi imaginación y dibujando con sus alas la silueta de nuestro amor. Cada palabra era un verso de una canción que solo nosotros podíamos escuchar, una melodía que resonaba en lo más profundo.

Cada metáfora era un puente que nos unía, acortando la distancia y permitiéndonos sentirnos cerca a pesar de los kilómetros. Cada palabra era un espejo que reflejaba la profundidad de nuestros sentimientos, un reflejo de la conexión inquebrantable entre nosotros. Y así, con cada carta, nuestro amor se fortalecía, convirtiéndose en un vínculo que desafiaba las leyes del tiempo y el espacio. Porque en el corazón de nuestro idilio residía una verdad eterna: estábamos destinados a estar juntos, a caminar de la mano enfrentando cada desafío como un equipo invencible cuyo amor sobrellevaba  todos los obstáculos.

Ninguno de los dos esperaba una respuesta inmediata, porque cada carta era un acto de fe, una declaración de amor incondicional que trascendía la necesidad de reciprocidad. Nuestras almas estaban entrelazadas en un baile eterno, una danza que nos mantenía unidos a pesar de la distancia.

Y así, con cada sobre que abría, con cada línea que devoraba con avidez, mi corazón se llenaba de una calidez indescriptible, una llama que ardía con la intensidad de mil soles, iluminando mi camino a través de la oscuridad. Porque en esas cartas residía la esencia de nuestro amor, un vínculo eterno que desafiaba barreras, convirtiéndose en un monumento imperecedero a la fuerza inquebrantable de nuestros corazones.

Luz de mi vida:

                       Estrella que ilumina mi sendero en la más profunda oscuridad. Tus palabras calman las heridas de mi alma, un oasis de paz en el desierto de la soledad. Permíteme verter mi corazón sobre estas páginas, impregnando cada letra con la esencia de mi amor eterno. Hay noches en que la distancia se vuelve insoportable, en las que el vacío de tu ausencia se cierne sobre mí como una sombra implacable y oscura. Son esas noches en las que mi pluma se convierte en una aliada fiel, una confidente silenciosa que escucha los lamentos de mi corazón. Con cada trazo intento capturar tu esencia, plasmando en tinta los recuerdos que guardo como los más valiosos tesoros.

Las palabras se convierten en versos, renglones que se transforman en lágrimas cristalinas que fluyen como ríos de nostalgia, anhelando la calidez de tu abrazo. Cada gota es un reflejo de la luna que ilumina nuestros cielos separados, un cielo que nos une a pesar de la distancia.En esos momentos de soledad abrumadora, busco en la tinta de mi pluma el rocío de tus labios, esos besos que han quedado tatuados en mi alma. Cada línea que trazo es un intento desesperado por capturar la caricia de tus manos, esas manos que han recorrido cada centímetro de mi piel, dejando un rastro de fuego a su paso.

Tú allá, envuelta en la soledad, y yo aquí, luchando contra los demonios de la ausencia que amenazan con consumirme. Noches interminables en las que me revuelvo entre las sábanas, enredado en un laberinto de recuerdos y anhelos, aplastado por el peso de tu lejanía. Pero incluso en esos momentos de angustia, tu recuerdo es un faro que guía mis pasos, una brisa refrescante que alivia el ardor de mi corazón. Porque tú, mi dulce amor, eres el aliento que da vida a mi existencia, el motivo por el cual mi corazón late con fuerza.

En estas noches, cuando tu ausencia se vuelve insoportable, cuando necesito el abrigo de tu cuerpo como un náufrago necesita un salvavidas, encuentro refugio en estas palabras, sumergido en la profundidad de nuestro amor que trasciende barreras, un amor eterno e inquebrantable. Tú eres el latido constante que mantiene viva mi alma, la razón por la que mi corazón late con la fuerza de un torrente impetuoso. Y aunque la distancia nos separe, aunque los kilómetros se interpongan, nuestro amor prevalecerá, inquebrantable como una roca en medio del mar embravecido.

Tuyo por siempre, ~Abelardo.

Recuerdo este poema como algo especial, fue de los últimos mensajes que ella me pudo enviar..

Te digo adiós y acaso te quiero todavía

Quizás no he de olvidarte… Pero te digo adiós

No sé si me quisiste… No sé si te quería

O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

 

Este cariño triste y apasionado y loco

Me lo sembré en el alma para quererte a tí.

No sé si te amé mucho… No sé si te amé poco,

Pero si sé que nunca volveré a amar así.

 

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo

Y el corazón me dice que no te olvidaré.

Pero al quedarme solo… Sabiendo que te pierdo,

Tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

 

Te digo adiós y acaso con esta despedida

Mi más hermoso sueño muere dentro de mí.

Pero te digo adiós para toda la vida,

Aunque toda la vida siga pensando en tí.
Siempre te amare ~Maria Eneida
*
Un gran misterio que perduró 8 años sin resolver
Las visitas a María Eneida en su apacible pueblo se vieron mermadas por el torbellino de obligaciones que me consumía. Tan solo unas cinco o seis veces al año lograba escapar de la vorágine citadina para sumergirme en la calidez de su compañía. No obstante, nuestro vínculo permanecía inquebrantable, tejido con los hilos del amor más puro e intenso.

En un principio, las cartas fluían como un río desbordado, colmando nuestros corazones con palabras de anhelo y devoción. Cada sobre era un tesoro que atesoramos con recelo, devorando sus líneas una y otra vez hasta memorizarlas. Sin embargo, con el paso inexorable del tiempo, las obligaciones y distracciones de la vida comenzaron a enrarecer el flujo epistolar.

Yo, seducido por los placeres mundanos de la rumba y la camaradería, me sumergí en un torbellino de diversiones que amenazaba con apartar mi mente de aquel idilio imperecedero. No obstante, en las profundidades de mi ser, el amor por María Eneida ardía con la misma intensidad que el primer día, inextinguible como una hoguera avivada por los vientos del destino.

Transcurridos tres años de nuestra apasionada relación, las cartas se tornan escasas, meras gotas de rocío en comparación con la cascada inicial. Fue entonces cuando las fuerzas oscuras del infortunio comenzaron a cernirse sobre nosotros, presagiando un desenlace tan trágico como inesperado. En un momento dado, el silencio se apoderó de nuestro vínculo epistolar. Mis cartas quedaron huérfanas, sin respuesta alguna que mitigara la angustia de la ausencia. A pesar de ello, persistí en mi empeño, vertiendo en tinta el dolor que me causaba aquel mutismo inexplicable.

Conforme los meses se convertían en años, comencé a resignarme a la idea de que tal vez nunca volvería a saber de ella. En mis largas conversaciones con mi amigo Evelio, ambos llegamos a la conclusión de que los amores a distancia rara vez sobreviven a los embates del tiempo y la separación.Ocho interminables años después de aquel abrupto final, cuando ya había hecho el duelo por nuestra relación y me encontraba inmerso en las tareas bancarias, recibí una visita inesperada: María Eneida en persona. Grande fue mi sorpresa al contemplar su rostro, aún hermoso pero surcado por una innegable tristeza.

Durante un almuerzo íntimo, me reveló la verdad que había permanecido oculta durante todos esos años. Se había casado y tenía dos hijas y un hijo, pero su matrimonio había naufragado, llevándola a separarse y mudarse a Pereira. Con lágrimas en los ojos, me confesó que había acudido a mí impulsada por la necesidad de revelarme el misterio que había envuelto nuestro abrupto silencio epistolar.

Resultó que en la única oficina de Telecomunicaciones donde ella recibía y enviaba nuestras cartas, trabajaba una amiga con la que mantenía una animadversión mutua, además de una insana curiosidad por conocer los entresijos de nuestra intensa relación. Esta nefasta empleada, tras dejar su puesto, fue reemplazada por otra amiga de María Eneida.

Resulta que cuando la nueva empleada llegó a hacer la reorganización de la oficina de correos, hizo un gran descubrimiento. Una gaveta escondida que estaba llena de cartas, ¡nuestras cartas las tenía la malvada! Las leía y las guardaba. ¿Curiosidad? ¿Tal vez maldad? ¿O se quería vengar de su amiga enamorada?

La traición de esa mujer nos había arrebatado ocho años de nuestra vida, ocho años de amor y esperanza. El misterio se había resuelto, pero el dolor y la rabia permanecían.

**El Reencuentro Apasionado

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La revelación de María Eneida sobre el misterio de las cartas perdidas trajo consigo una avalancha de emociones reprimidas durante años. El dolor de la separación, el anhelo insaciable y la llama inextinguible de nuestro amor se entrelazaron en un torbellino arrollador. Tras escuchar su relato, nuestras miradas se encontraron y el tiempo pareció detenerse. En ese instante, todo lo demás perdió importancia, disipándose como una bruma matinal ante los rayos del sol naciente.

Solo existíamos ella y yo, dos almas unidas por un vínculo inquebrantable que había desafiado las vicisitudes del destino. Desafortunadamente, aquel reencuentro apasionado fue también una despedida. María Eneida tenía una vida en Pereira, ataduras que no podía deshacer. Y yo, sumido en mis propias obligaciones, no podía abandonarlo todo para seguirla.

Nos separamos con la promesa de atesorar aquel momento como lo máximo de nuestro amor, un recuerdo imperecedero que nos acompañaría hasta el final de nuestros días. Porque aunque nuestros caminos se bifurcaron, nuestras almas permanecerían unidas por un vínculo inquebrantable, una melodía eterna que resonaría en nuestros corazones hasta que el último latido cesara.

Y así, con un último beso cargado de nostalgia y anhelo, nos despedimos, seguros de que nuestro amor había triunfado sobre las adversidades, convirtiéndose en una leyenda imperecedera que desafiaría el paso del tiempo. Aunque el destino no nos mantuvo juntos, siempre valoraré el privilegio de haberte conocido. Y es que tu ausencia vivirá en mi silencio más íntimo. En la penumbra de la noche, entre susurros de la brisa y el eco de recuerdos olvidados, se despliega el relato de una ausencia, una separación que el destino trazó con su mano implacable. Es una historia de amor que se desvanece en la distancia, donde los suspiros se tornan en susurros de añoranza y los latidos del corazón resuenan como un eco solitario en la inmensidad del firmamento. Esta narrativa se entreteje con hilos de melancolía y nostalgia, donde los suspiros se escapan de labios que anhelan pronunciar un nombre ausente. Es el cuento de dos almas que se entrelazaron en un abrazo eterno, solo para ser separadas por la dura realidad. Es un canto a la pérdida, a la búsqueda eterna de lo que una vez fue y ya no es. El tesoro de esta historia camina por los senderos de la memoria, en busca de un eco perdido en el laberinto del olvido. Sus pasos son un susurro en la noche, una melodía triste que se desvanece en el abrazo del tiempo. Y en su corazón late el eco de un amor que nunca morirá, que persistirá en cada suspiro. En la penumbra de la ausencia, en el silencio que envuelve el alma, se halla esta hermosa historia, trazada con lágrimas y suspiros, con recuerdos grabados en el alma y promesas susurradas al viento. Es un mapa que guía a través de la oscuridad hacia la luz de un amor perdido, un amor que vive en la eternidad de la memoria, en la profundidad del corazón, en cada palabra escrita con la tinta de la añoranza.

…Y aquí estoy. Después de tantas decepciones, sigo en pie, Uno siempre encuentra la salida, todo se supera en la vida, Ya habrá tiempo para amar de nuevo, ya llegará el momento justo. Por lo pronto, no espero llamadas ni cariño alguno. Entre mis escombros me siento seguro…

Comentarios

  1. Hola abelardo como estas apenas estoy leyendo tu escrito (( tube problemas con el MSN no podía abrirlo)... Pero sabes es hermoso no le quito ni le pongo nada publicalo de verdad eres un muy buen escritor.

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  2. Hola mi querida Eneida:
    No sabes la alegria que me da que pudiste leer la 1a parte de nuestra historia. Para mi ha sido tambien duro hacerla, la hago con el corazon, todo sucedio asi...he derramado muchas lagrimas tambien. Es algo inolvidable..tu lo sabes que fue asi... Llevo tres capitulos daria para un cuarto si tu colaboras...

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