No 35 «Maleta de Sueños: Crónica de un Viaje sin Retorno»

«El Umbral de la Decisión: Cruzando Fronteras»

—Una suave luz se filtraba por las rendijas de las cortinas, proyectando sombras alargadas en la habitación. La noche era profunda y silenciosa, y solo el tic-tac del reloj rompía la calma. En ese instante, la vida parecía haberse detenido, suspendida en un momento crucial. La habitación estaba sumida en un silencio denso, como si las paredes mismas contuvieran la respiración. El escritorio, testigo por años de reflexiones y decisiones, parecía esperar mi próximo movimiento.


Allí, ante la ventana, sostenía el sobre que contenía "mi destino". El papel crujía entre mis dedos, como si anhelara liberarse de su carga. La luz, filtrándose a través de las cortinas, bañaba el sobre con una tenue luminosidad, creando un ambiente casi mágico. Era como si ese pequeño sobre albergara los hilos de mi futuro, entrelazados con los de un pasado que no regresaría.

Había llegado el momento de dejar atrás mi mundo conocido. No solo un trabajo, sino gran parte de mi vida. Quince años de trabajo en el banco, clientes, cifras y listados de saldos, rutinas que se habían convertido en mi segunda piel. Recuerdo la sensación de seguridad que me proporcionaban aquellas paredes de hormigón y cristal, como un barco anclado en un puerto seguro. Pero ahora, me encontraba a la deriva, un náufrago en un mar de incertidumbre. A pesar del dolor de la despedida, una chispa de esperanza ardía en mi interior. Como el fénix que renace de sus cenizas, sentía la necesidad de volar hacia nuevos horizontes, de descubrir quién era más allá de los límites que me había impuesto. En ese momento, me dije a mí mismo: "Dile a tu corazón que el miedo al sufrimiento es peor que el sufrimiento mismo. Y que ningún corazón ha sufrido jamás cuando va en busca de sus sueños". Estas palabras resonaron en mi interior, dándome el valor para abrazar lo desconocido y embarcarme en la búsqueda de mis verdaderos anhelos, a pesar del temor que me embargaba.

—El amanecer de 1988 trajo consigo una brisa de esperanza que se colaba por las rendijas de mi determinación. Los ecos de los recientes hechos aún resonaban en mi mente, pero esta vez, la melodía de un nuevo comienzo se alzaba con más fuerza. Con la meticulosidad de un relojero, inicié el entramado de mi partida, cada movimiento calculado, cada decisión sopesada con la sabiduría que solo los tropiezos del pasado pueden otorgar. Mientras ultimaba los detalles, sentía una mezcla vertiginosa de emoción y terror.

Esa mañana de enero del año 1988, la avenida "Guayabal" se despertó con un aire inquieto. Las nubes grises se arremolinaban sobre los tejados, como si también presintieran el peligro que se avecinaba. Yo, recostado contra un poste, esperaba el "taxi colectivo" de Itagüí que me llevaría a mi trabajo. El poste, fiel testigo de las mañanas apresuradas, sostenía mi espalda mientras el frío se filtraba a través de mi ropa.

El sol, tímido y pálido, se escondía detrás de las nubes, como si no quisiera presenciar lo que estaba por venir. La ciudad, ajena a su destino inminente, seguía su ritmo indiferente. Los transeúntes apurados, los autos que zigzagueaban entre el tráfico, todo parecía normal. Pero algo vibraba en el aire, algo que no podía entender.

Y entonces, como un eco lejano, llegó el estruendo. La bomba estalló en el edificio Mónaco, en el barrio "El Poblado". ¡El mundo tembló!.

No solo en el sentido literal, sino en lo más profundo de mi ser. El poste contra el cual me apoyaba se sacudió, como si también sintiera el impacto.

De repente, el cielo se oscureció más de lo que las nubes grises podían justificar. Un silencio antinatural se apoderó de la avenida, como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse. Miré a mi alrededor y vi que los transeúntes estaban congelados en sus lugares, sus rostros distorsionados por una mezcla de sorpresa y terror.

Entonces lo vi. Una figura etérea, apenas visible, emergió de las sombras proyectadas por el edificio Mónaco. Parecía flotar, sin tocar el suelo, y su presencia emanaba una energía que hacía que el aire vibrara. Sus ojos, dos abismos oscuros, parecían observarlo todo y nada al mismo tiempo.

—¿Qué era aquello? ¿Un terremoto? ¿O algo más siniestro? Jamás había sentido un ruido de esa naturaleza —me dije a mí mismo, incapaz de apartar la mirada de la figura espectral.

La figura levantó una mano, y de sus dedos emanaron hilos de sombra que se extendieron hacia el cielo, como si estuviera tejiendo una red invisible. Sentí un escalofrío recorrer mi columna vertebral. El poste contra el que me apoyaba comenzó a vibrar de nuevo, esta vez con una intensidad que parecía provenir de otro mundo.

Y entonces, tan repentinamente como había aparecido, la figura se desvaneció. El ruido de la ciudad volvió, los transeúntes se movieron de nuevo, y el sol, aún tímido, intentó asomarse entre las nubes. Pero yo sabía que algo había cambiado para siempre. La realidad había sido rasgada, y lo que había visto no era de este mundo.

—El edificio Mónaco—, ese símbolo de opulencia y decadencia, se desvanecía en una nube de escombros y humo. Pero no era solo el edificio lo que se desmoronaba. Era mi vida entera. Mi identidad. Gran parte de lo que había sido, ahora reducido a escombros como aquel edificio. La pesadilla no se limitaba al trabajo. Eran los interrogatorios, las miradas acusadoras de quienes creían que todos éramos culpables por asociación. El miedo, como un animal salvaje, se había adueñado de mi vida. Recordaba la madrugada en que los detectives del DAS irrumpieron en mi casa para comprobar mi lugar de residencia e identidad, hacerme preguntas incisivas. 

—¿Quién era yo realmente? 

—¿Qué secretos ocultaba mi pasado?

—En ese momento, con el corazón latiendo en mis oídos, supe que no podía seguir así. El costo de mantenerme en las sombras era demasiado alto. La libertad, aunque incierta, se alzaba como mi único refugio. Así que dejé atrás todo lo que conocía, como un náufrago que abandona la orilla segura. No sabía qué me esperaba, pero la certeza de que no podía volver atrás me impulsó hacia adelante.

—La avenida Guayabal, con sus árboles y farolas, quedó atrás. El poste contra el cual me había apoyado tembló una vez más, como si también sintiera el cambio en el viento. Y yo, con la mochila al hombro y el corazón en la garganta, caminé hacia la incertidumbre. Porque a veces, la libertad se encuentra al otro lado del miedo, y el único refugio posible es el horizonte desconocido.

—¿Qué significaba todo esto? 

—¿Qué camino tomar ahora? 

—No lo sabía. Pero en esa mañana de escombros y temblores, supe que mi historia ya no sería la misma.


El aroma a papel viejo y tinta se mezclaba con el suave olor a madera de la habitación. Mis dedos acariciaron la suave cubierta del libro mientras buscaba una respuesta. Las páginas crujieron bajo mi tacto, como hojas secas en otoño. Al abrirlo, una ráfaga de aire frío me rozó la cara, y una sensación de anticipación me invadió. Las palabras del viejo sabio volvieron a mi mente, claras y concisas: 'La vida es como un río...' Era hora de soltar la orilla y dejar que la corriente me llevara hacia un nuevo destino.


—No tenía respuestas, solo certezas frágiles. Pero sabía que la vida no pregunta si estás preparado; simplemente te lanza al vacío y espera que despliegues tus alas.

—Así, con la emoción y el terror trenzados en mi corazón, cerré el sobre. Mi identidad quedaba atrás, como una —crisálida que se rompe para liberar al futuro—. "El banco", los números, los pasillos grises: todo se desvanecía en la bruma del pasado. Me vi forzado a aceptar que hay lugares que uno debe abandonar, no para escapar de ellos, sino para no perderse en el eco de lo que uno fue. También en ese instante crucial, entendí que dejar todo atrás y aventurarme en otro país no era una renuncia, sino una salvación silenciosa de mi propia esencia. “Cada día la vida te obliga a ser fuerte y no pregunta si estás preparado”.


—Cerré la puerta de la habitación y salí al pasillo. El mundo me esperaba afuera, con sus riesgos y promesas. Y yo, como un equilibrista en el alambre de la decisión, caminé hacia el umbral. Porque, como decía otro refrán: “No hay viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige.” Esta vez, mi intento de irme no era un sueño vago o una fantasía escapista como en el pasado. Era una necesidad, un acto de supervivencia. Con cada documento que reunía, con cada peso que ahorraba, sentía que estaba construyendo un puente hacia un futuro incierto, pero al menos un futuro donde podría dormir sin el peso del miedo aplastando mi pecho.


—Mi maleta de esperanzas estaba —repleta de señales— que me guiaban hacia un nuevo camino: dos periodos de vacaciones acumulados, una invitación a la aventura. Mi cuenta bancaria, antes modesta, ahora lucía un saldo que hablaba de planificación y seguridad. "El banco", testigo silencioso de mis quince años de perseverancia, me había otorgado un segundo préstamo destinado a reparaciones, sin el banco sospecharlo una muestra de apoyo en mis sueños. 


—Con estos tesoros en mano y el corazón palpitante de anticipación, emprendí un vuelo fugaz hacia Bogotá. La embajada de Canadá se alzaba ante mí como un portal hacia un futuro incierto pero prometedor. En mi portafolio, cada documento era una pieza clave: el pasaporte, testigo de mi identidad; los extractos bancarios, prueba de mi solvencia; la carta de vacaciones, garantía de mi retorno; y la carta de invitación de mi hermano Gonzalo, ya arraigado en tierras canadienses, un faro de bienvenida en la distancia.


—Esta vez, la convicción ardía en mi pecho con la intensidad de mil soles. Las cartas del destino, cuidadosamente barajadas, parecían por fin sonreír. Ya no era un salto al vacío, sino un paso firme hacia un horizonte de posibilidades. Con el corazón dividido entre el amor por mi tierra y el instinto de supervivencia, me preparaba para dar el salto más grande de mi vida, dejando atrás el mundo de números y favores, de clientes VIP y regalos de gratitud, de cheques falsificados, contra ordenes y preguntas sin respuesta. Me iba, llevando conmigo las lecciones de la “Hacienda Dinamarca" y las —cicatrices— invisibles de mis años en el banco, hacia un destino desconocido, pero, esperaba, libre del precio que este mundo había intentado ponerme.


—El amanecer de aquel día decisivo tiñó el cielo de Bogotá con tonos de esperanza y ansiedad. Muy temprano en la mañana, me dirigí a la —embajada— con pasos que intentaban ser firmes, pero que cargaban el peso de un futuro incierto. Fui uno de los primeros en llegar, uniéndome a una quincena de almas, cada una con su propia historia de sueños y temores.


—Mientras aguardaba mi turno en la embajada, repasaba mentalmente cada detalle, cada argumento que sustentaría mi solicitud. La visa de turismo, antes un sueño esquivo, ahora se perfilaba como una realidad tangible. El murmullo de otros solicitantes a mi alrededor se desvanecía ante la certeza de que esta vez, las estrellas se alinearían a mi favor.


—Con cada latido, con cada respiración, me repetía a mí mismo: "Esta vez funcionará". Y así, con la esperanza como estandarte y la determinación como escudo, me dispuse a cruzar el umbral que separa los sueños de la realidad, listo para escribir el próximo capítulo de mi vida en las vastas praderas de Canadá.


—La sala de espera, un —limbo— entre dos mundos, estaba cargada de tensión. Después de entregar nuestros documentos para revisión, comenzaron a llamar. Algunas caras emergían alegres, otras tristes. El ambiente se fue enrareciendo con cada nombre pronunciado.


—Una mujer, con la voz quebrada por la desesperación, clamaba:


—¡No pueden negarme la visa! ¡Tengo dos hijos canadienses!


—Su lamento era una cruel “lección” de las oportunidades perdidas, de los caminos no tomados, mientras vivió en Canadá no sacó su ciudadanía. En otro rincón, un hombre de mirada furtiva y manos inquietas, con cara de “agiotista y tumbador”, murmuraba amenazas:


—Me han estafado en nombre de la embajada. ¡Esto no se quedará así!.


—Sus palabras eran piedras arrojadas a un estanque ya turbulento, creando ondas de tensión que se expandían por la sala. Yo, ingenuo en mi flamante traje recién comprado, me aferraba a la creencia infantil de que una buena presentación inclinaría la balanza a mi favor. Pero la realidad, siempre implacable, se burló de mis expectativas cuando vi a un hombre haitiano, que pasó antes de mi turno, con ropas gastadas y aspecto desaliñado, recibir su visa con una rapidez que me dejó atónito.


—"Si se la dieron a él, ¿por qué no a mí?" —pensé, sin darme cuenta de que cada historia es un universo en sí mismo, y que las apariencias son solo la portada de un libro cuyo contenido desconocemos.


—Las barras largas de la sala de espera parecían más altas, más opresivas. Los demás solicitantes seguían en sus asientos, algunos con caras expectantes, otros con miradas vacías. 

—¿Cuántos sueños se habrían roto aquí? 

—¿Cuántos corazones habrían quedado atrapados en esta jaula de negativas?


—¡Abelardo Salazar! —llamó una voz metálica que sonó como un trueno en mis oídos.


—El mundo se detuvo. Mis pasos hacia el mostrador fueron un viaje a través de un túnel donde el pasado y el futuro colisionaban. Mi mente, ese traicionero aliado, se puso en blanco, como si quisiera protegerme de lo que estaba por venir.


—Buenos días, señor Salazar —dijo la joven de rostro impasible al otro lado del cristal—. ¿Motivo de su viaje a «Canadá»?


—Buenos días. Es un viaje de turismo, planeo visitar a mi hermano que vive allá —respondí, intentando mantener la calma.


Ella revisó mis documentos en silencio. Los segundos se estiraban como horas.

—Lo siento, señor Salazar. 

—”Su visa ha sido negada”. 

—Fue como si el suelo se abriera bajo mis pies.


—Pero... ¿por qué? Tengo todos los documentos, una carta de invitación, fondos suficientes...


—Lo siento, no puedo dar detalles específicos. Puede volver a aplicar en el futuro si sus circunstancias cambian.


—Esas palabras, simples en su construcción pero devastadoras en su significado, cayeron sobre mí como una losa de concreto. El ruido de la sala se desvaneció, y por un momento, solo existíamos yo y esa frase que había destrozado mis esperanzas.


—No hubo explicaciones, no hubo consuelo.


—En ese ambiente cargado de emociones, no había espacio para la compasión o los detalles. Me encontré de repente en la calle, con el sol del mediodía burlándose de mi desgracia. La ciudad seguía su ritmo indiferente. Los taxis amarillos, con sus bocinas estridentes, pasaban raudos por las avenidas, ondulando como serpientes hambrientas en busca de presas invisibles. Los transeúntes, apurados y absortos en sus propios mundos, se movían como un río humano, ajenos a mi dolor. Nadie sabía que mi mundo se había detenido.


—Las calles de Bogotá eran un mosaico vibrante de colores y sonidos. Los vendedores ambulantes ofrecían sus mercancías con voces cantadas, sus pregones mezclándose con el bullicio de la ciudad. El aroma del café recién molido se mezclaba con el humo de los buses y el olor a “empanadas” fritas, creando una sinfonía olfativa que evocaba tanto la vida cotidiana como la lucha por la supervivencia.


—Me senté en un banco del parque cercano. Las hojas de los árboles susurraban secretos al viento, y los niños jugaban despreocupados, sus inocentes risas llenando el aire con una alegría que parecía inalcanzable en ese momento. La reflexión llegó como un vendaval:

— ¿Qué había hecho mal? 

—¿Por qué mi historia no había sido suficiente?

—¿Acaso no merecía una oportunidad?


La música de un saxofonista callejero se elevaba en el aire, cada nota acariciando mi alma fatigada. Con los ojos cerrados, permití que la melodía me transportara a un lugar donde el tiempo parecía detenerse y las preocupaciones se disipaban.

—En aquel rincón de la ciudad, donde lo cotidiano y lo mágico se entremezclan, el saxofón emergía como un puente entre mundos. Sus notas, semejantes a luciérnagas sonoras, revoloteaban en el aire, rozando mi piel y evocando recuerdos adormecidos.


—Cerré los ojos y, de repente, el asfalto bajo mis pies se transformó en un camino de estrellas. El saxofonista, con su sombrero desgastado y ojos que destilaban profundidad, no era meramente un músico. Se convertía en un alquimista de las emociones, un tejedor de sueños. Cada nota que emanaba de su instrumento era una llave a portales secretos: puertas hacia otros tiempos, amores olvidados y momentos decisivos.


¿Qué significaba todo esto? —¿Por qué me llamaba el saxofón desde la penumbra? —Las respuestas flotaban como hojas en un río invisible. Quizás, en esa melodía, se ocultaban las claves para desentrañar mi propio laberinto. O tal vez el saxofonista, con su mirada enigmática, era un guía hacia un destino inesperado.


Las preocupaciones, cual hojas secas, se esfumaron. El tiempo, aliado del músico, se congeló. Y yo, en aquel momento detenido, me cuestioné: —¿Qué sendero escoger ahora? —¿Continuar la melodía hasta su final? —¿O volver al mundo de las certezas y los relojes?

—El saxofón seguía su canto, y yo, como un personaje de una comedia, me debatía entre lo tangible y lo invisible. En ese cruce de caminos, el saxofonista no era solo un hombre con un instrumento. Era un mago que, con cada nota, escribía mi historia en partituras invisibles.


—La ciudad, con su caos y su belleza, me envolvía en un abrazo contradictorio. Las luces del día comenzaban a manifestarse, y las sombras se alargaban, creando figuras fantasmales que danzaban en las paredes de los edificios. En medio de esa danza de luces y sombras, sentí una chispa de esperanza. Tal vez, como esas sombras, mi destino aún estaba por definirse, y cada paso que daba en esas calles llenas de vida y misterio me acercaba un poco más a descubrirlo.


—Mientras me alejaba de la embajada, con el peso del fracaso sobre mis hombros, no podía imaginar que aquel "no" abriría puertas que ni siquiera sabía que existían. —La negativa que parecía el fin de mis sueños se convertiría en el catalizador de una transformación profunda, una que me llevaría a descubrir fortalezas que desconocía y oportunidades que jamás habría considerado.


—El camino que se abría ante mí era incierto, pero ya no era el mismo hombre que había entrado en la embajada esa mañana. Era alguien más fuerte, más resiliente, alguien que había aprendido que el verdadero viaje no es hacia un destino geográfico, sino hacia el centro de uno mismo.

—Busque un lugar para intentar comer algo. Habían varias, este aviso me llamo la atención: "Cafeteria el reposo"... si eso es lo que necesito me dije para mis adentros... Pedi un "croissant" y un café.

—Sumido en mis pensamientos, salí de aquella cafeteria, con la negativa de la visa aún ardiendo en mi mente. —Aquellas palabras resonaban como campanas lejanas, y yo, un náufrago en el océano de las emociones.

Avancé entre la gente, inmerso en mis reflexiones. Cada paso era un eco de incertidumbre, un latido en busca de respuestas. Y entonces, como un susurro del destino, escuché mi nombre flotando en el aire: 

—¡Abelardo! ,¡Abelardo!

—Giré, y allí estaba él, “Humberto Cuartas”, el cuñado de mi hermano “Francisco”. Venía corriendo hacia mí, con —mi olvidado sobre— en la mano, como si hubiera atrapado un fragmento de mi olvido.

—¡Humberto! —exclamé, incrédulo—. 

—¿Qué haces aquí?

—Sus ojos brillaron con complicidad. 

—Te vi salir de la cafetería —dijo—. 

—Noté que dejaste olvidado este sobre—.

—En ese cruce de caminos, en una ciudad de millones de almas, el universo decidió entrelazar nuestros destinos. 

—¿Cómo explicar que un conocido se cruzara conmigo en ese momento? 

Era tan raro como si un meteorito cayera en mi casa, como si las estrellas conspiraran para recordarme que, en medio de los rechazos y las incertidumbres, aún había pequeños milagros esperando.

—Tomé el sobre de sus manos, y en su sonrisa encontré la promesa de que, a veces, la vida nos envía ángeles disfrazados de personas comunes. “Humberto”, el cuñado de mi hermano, se convirtió en mi salvavidas en ese instante. Y mientras la ciudad seguía su ritmo indiferente, yo me aferraba a la certeza de que, incluso en la vastedad de Bogotá, alguien me conocía sin yo darme cuenta.

—¿Quién dice que los milagros no existen? 

—A veces, están ahí, en la esquina de una calle cualquiera, esperando a que levantes la mirada y los reconozcas


—El regreso a "Medellín" se perfilaba como un viaje cargado de emociones contradictorias. El tráfico "bogotano", siempre caótico, parecía reflejar el tumulto interior que me agobiaba. En el aeropuerto, la necesidad de conectar con alguien, de compartir mi frustración, me llevó a llamar a mi hermana "Martha" en Medellin. Su voz, cálida y reconfortante, fue un bálsamo para mi golpeada moral.


—No se preocupe, Abelardo —me dijo con firmeza—. Esto es solo un obstáculo, no el final del camino.

—Sus palabras, aunque reconfortantes, chocaban contra el muro de mi decepción. 


—Mientras hacía fila para abordar el viaje de regreso, el destino, con su característica ironía, me tenía reservada otra sorpresa. Nuestro gerente del banco en “Medellín”, —Ismael Restrepo—, apareció como un fantasma del pasado que me perseguía hasta Bogotá. Era un invitado a un evento de gerentes.


—¿Qué viento lo trae por acá, Abelardo? —preguntó con una mezcla de curiosidad y sospecha.


—Le conté sobre la visa para Canadá, omitiendo el detalle de la negativa. Su respuesta fue como un dardo certero:

—Usted va es a quedarse por alla, ¿Verdad? 

—lanzó con una sonrisa cómplice que me heló la sangre.


—No contesté. No hacía falta. El silencio entre nosotros estaba cargado de significados no dichos, de sospechas y temores mutuos.


—Ya en el avión, mi mente se convirtió en un campo de batalla. Chispazos de optimismo luchaban contra la sensación abrumadora de derrota. 

—¿Y si voy a una agencia especializada?, pensaba, buscando una salida. Tal vez puedan decirme qué salió mal, qué puedo mejorar.


—La tormenta que se desató durante el vuelo parecía una manifestación física de mi tumulto interior. Desde mi asiento junto al ala del avion, observaba cómo el agua inclemente azotaba el metal, sacudiendo el avión con una violencia que reflejaba mis propias turbulencias interiores.


—Por un momento, un pensamiento oscuro cruzó por mi mente: 

—" Y si este avión se cae, sera el fin de mi pesadilla?." 

—Me sorprendí a mí mismo con lo oscuro y frío  de ese pensamiento, con la desesperación que implicaba. 

—¿Realmente había llegado a ese punto?


—El avión se estabilizó, y con él, mis pensamientos. Me di cuenta de que, a pesar de todo, no podía rendirme. Había aprendido que las derrotas son solo escalones hacia el éxito, y que cada caída es una oportunidad para levantarse con más fuerza. El verdadero viaje, como había descubierto, no era hacia Canadá, sino hacia una versión más fuerte y resiliente de mí mismo.


—De inmediato se me vino a la cabeza una reflexión que vi en algún libro: "Abraza el dolor y conviértelo en combustible para tu viaje." Las dificultades pueden ser la materia prima para nuestro crecimiento y transformación.


—Mientras el avión se sacudía, cerré los ojos y me transporté mentalmente a los cafetales de mi infancia. El aroma del café recién tostado, el murmullo del viento entre las hojas, la risa de los trabajadores al final de una jornada dura pero satisfactoria. Esos recuerdos eran mi ancla, mi aliciente que me decía, que sin importar cuán turbulenta fuera la tormenta, siempre habría un cielo despejado esperando al otro lado.


—La negativa de la visa no era el final, me dije. Era simplemente otro giro en el camino, otra prueba que superar. Canadá seguía ahí, esperando. Y yo, con la tenacidad que había aprendido en las montañas de "Antioquia", encontraría la manera de llegar.

—Cuando el avión finalmente aterrizó en "Medellín", sentí que algo había cambiado dentro de mí. La decepción seguía ahí, pero junto a ella había nacido una determinación renovada. "Esta no será la última palabra", me prometí mientras recogía mi equipaje. "Volveré a intentarlo, más preparado, más decidido. Si una puerta se cierra, buscaré otra. Mi destino no está en manos de un sello de goma, sino en mi perseverancia."


—El aire cálido y húmedo de "Medellín" me recibió como un abrazo familiar. Las montañas que rodeaban la ciudad parecían susurrar: "Bienvenido a casa, hijo. Descansa, recupera fuerzas, y vuelve a la lucha guerrero."


—Con el corazón dividido entre la nostalgia por lo que dejaba atrás y la esperanza por lo que estaba por venir, di mis primeros pasos en suelo "antioqueño", listo para escribir el próximo capítulo de mi historia.


En los pasillos del "Banco de Crédito y Comercio en Bogotá", allá por los años 80, se movía con elegancia y determinación un hombre alto y rubio de origen inglés. Peter Berboth, como lo conocían sus colegas, era una figura imponente de unos 45 años que dejaba una impresión duradera en todos los que lo conocían. "Peter" no era solo un empleado más del Banco; era un faro de conocimiento en el centro de entrenamiento de la institución. Sus seminarios de análisis financiero eran legendarios, atrayendo a ávidos aprendices como Carlos Ospina, quien absorbía cada palabra con entusiasmo.

Pero lo que hacía a "Peter" verdaderamente especial no era solo su experiencia profesional, sino su capacidad para reconocer el potencial de otros y sus conexiones influyentes. Con una mirada aguda y un corazón generoso, Peter no dudaba en tender una mano a aquellos que veía prometedores. Su amistad con Ángela María Alzate era bien conocida, pero quizás aún más significativa era su estrecha relación con el cónsul de Canadá en Bogotá. Esta amistad, forjada a través de años de interacciones profesionales y personales, le otorgaba a "Peter" una influencia única en asuntos relacionados con visas y trámites canadienses.

Su influencia en la carrera de "Carlos Ospina" dejó una marca indeleble. Con unas palabras bien colocadas y recomendaciones sinceras a los jefes en "Medellín", "Peter" allanó el camino para el ascenso meteórico de "Carlos", quien eventualmente se convertiría en gerente de la sucursal del Poblado. Sin embargo, el acto más misterioso y significativo de "Peter" fue el favor que hizo a alguien a quien ni siquiera conocía, aprovechando su amistad con el cónsul canadiense para resolver situaciones aparentemente imposibles. La mañana siguiente, me presenté al trabajo como siempre, aunque había dormido poco, disimulando mi fracaso. El banco bullía con su actividad habitual, pero para mí, cada sonido, cada movimiento, parecía amplificado por mi ansiedad. Pocas personas conocían mis planes: "Ángela María Alzate", la subgerente, que firmaba mi carta de vacaciones, y Ligia Isabel Arias, la secretaria de administración que la elaboraba. "Ángela María" siempre había sido una figura especial para mí, admiraba su trato hacia los empleados, su inteligencia y don de gentes la convertían en alguien extraordinario para mi.

Como a eso de las dos de la tarde, "Ángela María" se acercó a mi escritorio. Su saludo, como siempre, fue cálido: —Hola, Abelito, ¿cómo te fue en Bogotá? Sentí un nudo en la garganta. Apenas pude balbucear una respuesta. Ella, con su intuición aguda, comprendió de inmediato. —Ven a mi oficina y me cuentas —dijo con suavidad. Ya en la privacidad de su despacho, me preguntó: —¿Qué pasó, Abelito? —Ángela, negaron la visa —respondí, la voz quebrándoseme—. No tengo idea de qué hizo falta. Vi un destello de determinación en sus ojos. —Espera —me dijo, y descolgó su teléfono y marcó a Bogotá—. Hola, Peter, ¿cómo te va? Imagínate que un empleado nuestro hizo una solicitud de visa para tu país y no fue aprobada. No sabemos por qué. Le responde Peter: Dame su nombre y demás datos… Cuando colgó, un rayo de esperanza iluminó mi corazón. ¿Quién era ese tal Peter? Después lo supe. —"Peter Berboth" era alto empleado del Banco de Crédito y Comercio en Bogotá, gran amigo de "Ángela María" y, lo más importante, estrechamente relacionado con el cónsul canadiense en "Bogotá". Esta conexión resultaría ser la clave para desbloquear mi situación.

—Regresa a tu puesto, que ya te digo qué fue lo que pasó —me instruyó. Media hora después, Ángela María bajó a mi escritorio. —Mira, Abelito, llama a este teléfono de la embajada, a la señorita Fabiola. Ella te dirá cuál fue el inconveniente. "Peter" habló directamente con el cónsul para agilizar tu caso.

Se despidió con una palmadita en mi hombro, sin saber quizás las dimensiones de su gesto y el poder de las conexiones de Peter. Ansioso, marqué el número. Después de una breve espera, la voz de Fabiola se escuchó. Después de darle mi nombre, me explicó: —Su carta de vacaciones, aparte de decir que sus vacaciones son del 26 de julio al 26 de agosto de 1988, debe especificar también que el 26 de agosto debe reintegrarse a su trabajo. Ese es todo el cambio necesario. Vuelva a enviar los papeles con esa corrección. Sentí que el mundo volvía a girar. Era una omisión tan simple, y sin embargo, había sido la diferencia entre la desesperación y la esperanza. Gracias a la intervención de Peter y su amistad con el cónsul, mi caso había sido revisado con una celeridad inusual. A la mañana siguiente, envié todo por correo recomendado como me habían indicado. Cada día que pasaba era una mezcla de ansiedad y esperanza. Finalmente, una semana después, llegó mi añorada visa. Subí a la oficina de Ángela María, con el documento en la mano, con emoción le agradecí su gesto y sus buenos oficios. —¡Ángela! ¡Mire gracias! —exclamé, mostrándole la visa—. Y por favor, agradezca también a Peter por su ayuda. Ella sonrió, una sonrisa que iluminó toda la oficina. —Sabía que lo harías, Abelito. Nunca dudé de ti. Y no te preocupes, Peter estará encantado de saber que todo salió bien. En ese momento, comprendí que a veces, el destino obra a través de las personas que nos rodean y las conexiones que estas tienen. Ángela María no solo había sido mi superior, sino un "ángel guardián" en mi camino hacia un nuevo futuro, y Peter, desde la distancia, había movido hilos que yo ni siquiera sabía que existían. —Gracias, Ángela —dije, la voz quebrada por la emoción—. Sin tu ayuda y la de Peter, esto no habría sido posible. Ella me miró con una mezcla de orgullo y afecto. —La vida nos pone obstáculos para probar nuestra determinación. Tú has demostrado que tienes lo necesario para superar cualquier desafío. Ve y conquista ese nuevo mundo que te espera. Salí de su oficina con el corazón rebosante de gratitud y esperanza. El camino hacia Canadá, que apenas unos días antes parecía cerrado para siempre, ahora se abría ante mí, lleno de posibilidades. Miré por la ventana hacia las montañas de Medellín, consciente de que pronto las cambiaría por paisajes muy diferentes. Pero llevaba conmigo la fuerza de mi tierra, el apoyo de personas como Ángela María, la influencia inesperada de Peter Berboth, y la certeza de que, sin importar los obstáculos, siempre hay una manera de seguir adelante. El sueño canadiense ya no era solo una ilusión lejana. Era una realidad tangible, un nuevo capítulo que estaba a punto de comenzar. Y yo estaba listo para escribirlo, con el corazón lleno de gratitud por la red de personas que habían hecho esto posible. Como bien dijo "Isabel Allende": "Memoria selectiva para recordar lo bueno, prudencia lógica para no arruinar el presente, y optimismo desafiante para encarar el futuro." y los ojos puestos en el horizonte, sabiendo que detrás de mí quedaba una historia de generosidad y conexiones que habían cambiado mi vida para siempre.


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“Almas luminosas”
En el caminar por la vida, entre pasos y tropiezos, existen almas que son como faros encendidos, farolitos de esperanza en la noche más oscura, farolitos de alegría que iluminan la amargura.

Son almas que nos aligeran la pesada existencia, con solo una sonrisa nos brindan su benevolencia, sonrisas que son rayos de sol en días nublados, sonrisas que son bálsamo para corazones cansados.


Su presencia es un oasis en medio del desierto, un manantial de frescura en un mundo sediento, una brisa suave que acaricia el alma en pena, una melodía celestial que calma la tormenta.


Nos hacen ser cielo, alas y viento, nos elevan, nos llevan a un lugar donde la paz reina y se renueva, nos regalan fortaleza para enfrentar lo que venga, nos dan la valentía para seguir nuestra senda.


Son almas luminosas, ángeles terrenales, mensajeros de bondad, seres excepcionales, que con su simple ser nos llenan de alegría, nos dan la fuerza para seguir cada día.


A ellas, a esas almas luminosas, dedico esta palabras, un canto de agradecimiento por su mágica energía, que nos ilumina el camino y nos da la certeza de que la bondad existe y que la vida es belleza. ------------------------------------------------------------------------------------------------------------ "Hoy, 26 de julio 2024, se cumplen 36 años desde que dejé atrás las montañas de mi querido Medellín para embarcarme en una aventura que cambiaría el curso de mi vida para siempre. Esta fecha marca no solo un aniversario, sino un renacimiento, un punto de inflexión que dividió mi existencia en un antes y un después.Con especial cariño, les presento el capítulo número 35 de mis memorias, dedicado al año que fue un verdadero parteaguas en mi vida. Se los ofrezco con todo mi amor y gratitud.Hoy, 26 de julio, es para mí la fecha más significativa del calendario. Representa el coraje de perseguir un sueño, la incertidumbre de lo desconocido, y la esperanza de un futuro brillante. Cada año que pasa, recuerdo con nostalgia y orgullo aquel joven que, con una maleta llena de ilusiones y el corazón palpitante de emoción, se atrevió a cruzar fronteras en busca de nuevos horizontes.En estas tres décadas y media, he vivido una vida que aquel joven apenas podía imaginar. He enfrentado desafíos, celebrado triunfos, y aprendido lecciones invaluables. Pero en cada paso del camino, he llevado conmigo el espíritu de mi Medellín natal, la calidez de su gente, y la fuerza de sus montañas.A todos los que me han acompañado en este viaje, ya sea desde el principio o uniéndose en el camino, les agradezco profundamente. Su apoyo, amor y amistad han sido el viento bajo mis alas.Que este capítulo sirva como testimonio de que los sueños, por más lejanos que parezcan, pueden hacerse realidad con determinación, trabajo duro y un poco de fe. Y que inspire a otros a dar ese paso valiente hacia lo desconocido, porque a veces, el viaje más importante de nuestras vidas comienza con una simple decisión.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Amigo lector... le gusto? compártalo con sus amigos y familia. Un abrazo...Abelardo S.

Comentarios

  1. Excelente, que historia tan bonita, tan real como describes todo. Felicitaciones con tus logros, perseverancia y si a nuestra vida llegan Angeles y ese Ángel tiene su mismo nombre Ángela María Alzate un gran ser humano, una gran mujer con una gran calidad humana dispuesta ayudar a todos. Yo la recuerdo mucho.

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  2. Abelardo tu relato nos enseña que así es la vida, que debemos perseverar con nuestros sueños, y con seguridad que se nos presentan los angeles, Angela Maria Alzate es un ángel, que se nos presentó a muchos compañeros del Banco, con su amabilidad y entrega a sus empleados sin importar el rango y el status siempre estaba dispuesta a yudarnos, durante mi vida laborar que fueron 35 años, fue la mejor Gerente, con gran calidad humana que Dios la bendiga y cuánto no daría para darle un abrazo. Mi nombre es Ligia Isabel Arias.

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  3. Tu libro está lleno de matices, recuerdos, colores. Mirarlo y leerlo desde esa vista es lo que me encanta. No todos lo pueden ver así. Así es la vida. ~B.C>

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  4. Abelardo, tu forma de narrar la historia de tu vida, con tal nivel descriptivo, hace que me enganche e identifique con tu experiencia en la embajada canadiense, pues lo mismo me tocó vivir en la embajada americana, cuando pedí la visa y también me la negaron. A diferencia de tu historia, yo no tuve un angelito que me ayudara con el otorgamiento de la misma; creo yo que el destino está escrito y en cualquier circunstancia negativa, estoy segura que la frase que mencionas: "Abraza el dolor y conviértelo en combustible para tu viaje", sin conocerla, es la que adopté en ese instante para continuar con mi vida.
    Finalmente tu destino era migrar y tener la vida que te deparaba.
    Finalmente, me encantó la última frase, que reza: "Memoria selectiva para recordar lo bueno, prudencia lógica para no arruinar el presente, y optimismo desafiante para encarar el futuro." Pienso que debes ser un ser humano muy centrado y maduro para acoger esa frase y convertirla en una actitud permanente ante la vida.
    Una vez más, gracias por compartir conmigo estas vivencias tan tuyas y tan maravillosas. Que legado tan espectacular para tu hijo.👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻LMM

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  5. Buenas noches querido Abelardo. Soy ave nocturna, me disculpas. Te cuento, voy avanzando en mis lecturas. Cada capítulo me entusiasma más y me descrestas. Esta habilidad y destreza para escribir siempre te ha acompañado?? Es maravillosa!!!!😘😘😘 Emilse U.

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