No 27 "Crónicas del Banco: Entre Cuentas y Anécdotas"


—En las páginas de mis memorias, las cuales se despliegan como los pétalos de una flor en el jardín de la nostalgia, deseo tejer una hermosa remembranza de nuestros días laborales en la institución financiera que fue nuestro hogar durante tantos años. Con humor y nostalgia, evocamos aquellos recuerdos que aún perduran en nuestras mentes, permitiendo que las vivencias pasadas cobren vida nuevamente a través de nostálgicas y cálidas palabras.

—Antaño, — en aquellos días de gloria bancaria,—  éramos jóvenes y rebosantes de energía, enfrentando los desafíos del mundo financiero con una sonrisa en los labios y un brillo travieso en los ojos. Qué lejano era ese ayer donde el reloj parecía marcar las horas lentamente. El corazón latía por grandes sueños, que aunque parecían inalcanzables, nuestro lema era conquistarlos, no claudicar.

—Recordamos con cariño las anécdotas que llenaban nuestros días, las travesuras en la oficina, las bromas entre compañeros y los momentos de camaradería que nos unían como familia. Cada día era una aventura, un viaje por el laberinto de la burocracia bancaria, con sus altibajos y sus sorpresas. 

—Los primeros años todo era novedad, — por ello los atesoramos como todas nuestras primeras veces,—  pero los años subsecuentes tienen ya memoria para comparar, por ello creemos que nos repiten historias que van disminuyendo nuestro asombro.

Pero ahora, en el crepúsculo de nuestros años dorados, nos invade la nostalgia, esa suave melodía que nos transporta al nostálgico pasado y nos evocan recuerdos de tiempos felices. Llegamos ya mermados, el cuerpo nos cobra con la misma valiosa moneda que nos brindó placer, aparece un nuevo achaque cada día, hablamos más, hacemos menos. Se van yendo eventualmente, nuestros amigos y seres queridos.

Nuestras conversaciones ya no giran en torno a los informes financieros o las estrategias de inversión, sino que se centran en temas más mundanos, más cercanos al corazón. Hablamos de la salud, de los medicamentos, de las visitas al médico y las dolencias que nos acechan con el paso de los años. Un ciego famoso, «Borges,»  anotó irónicamente alguna vez: — «No soy viejo, pero hace mucho tiempo soy joven.»—   Y siguió  disfrutando la maestría de la vida,

— «con magnífica ironía, me dio al mismo tiempo los libros y la noche.»— 

Pero incluso en medio de la melancolía, encontramos motivos para reír, para sonreír ante el contraste entre el ayer y el hoy. Nos reímos de nuestras propias limitaciones, de nuestras despistadas anécdotas, de cómo el tiempo ha transformado nuestras vidas de forma tan inesperada.

Entre risas y recuerdos, entre suspiros de melancolía y momentos de gozo, bordamos con hilos de colores la trama de nuestras vidas, llena de matices, claroscuros y vivencias. Pero sobre todo, — está impregnada de amor y amistad.—  Lo que realmente importa no son los números en una cuenta bancaria, sino los lazos que nos unen como seres humanos, como compañeros de vida y de aventuras.

Juventud, qué lejos estás... Pero si por ventura se nos devolvieran nuestras facultades que hemos perdido con el paso de los años, seguramente, una a una, volveríamos a cometer errores que derrochamos en esa época dorada. Envejecemos para volver a ser niños, y paulatinamente claudicamos a los sueños de la infancia, buscando culpables y consolándonos con la doctrina que nos perdona el haber desistido a la proeza de cumplirlos.

— La juventud y la vejez son dos caras de la misma moneda,—  dos etapas que se entrelazan en el fluir del tiempo. “La primera, radiante y llena de brío, nos impulsa a conquistar el mundo con nuestros sueños más audaces”.  “La segunda, serena y contemplativa, nos invita a reflexionar sobre el camino recorrido, a aceptar las cicatrices y a valorar la sabiduría que solo los años pueden otorgar”.

Ambas etapas son imprescindibles, piezas fundamentales del mosaico de la vida. La juventud nos inyecta la energía y la osadía para explorar lo desconocido, mientras que la vejez nos brinda la perspectiva y la tranquilidad para apreciar la belleza de lo simple.

«El Reyecito y sus Andanzas en casas de las delicias furtivas» 
Permítanme transportarlos a esos viejos tiempos en el banco, donde los personajes eran tan peculiares como hilarantes. Hoy les presentaré a— «Gustavo Quintero,»—   mejor conocido como "El Reyecito" o “El Reyeno” por lo de su contextura física, un hombre discreto y callado, pero cuyas ocurrencias nos hacían más amables y felices nuestras intensas jornadas laborales..

Con su estatura diminuta pero su corazón enorme, el buen Gustavo irradiaba simpatía. Lo que más llamaba la atención era su inseparable corbata, que llevaba puesta hasta los fines de semana  para ir a sus mandados a la tienda de la esquina. Usted lo veía sin este —aditamento— y ya no lo conocía..

En ese tiempo donde los profesionales no abundaban, cada vez que entablábamos una conversación, Gustavo, el Reyecito, siempre encontraba una forma de mencionar con mucho orgullo a «su hermano el profesional» del cual vivía muy orgulloso. No importaba de qué habláramos, él siempre lograba meter a su hermano en la conversación, especialmente cuando quería impresionar a alguna posible conquista amorosa.

—El Reyecito— tenía sus secretos. Tenía una “amiguita,” «amigovia,»  o «tiniebla,»  como dirían las nuevas generaciones, en la —“Administración de hacienda",— y yo, siendo el mensajero, me tocaba llevarle recaditos de amor. ¿Qué se le va a hacer?. A manera de chisme, los cuales no me gustan mucho pero me divierten demasiado, les cuento aquí entre nos, que la “susodicha” amiga, le llevaba algunos calendarios de más a nuestro personaje.

Pero eso no era todo, en ese tiempo existían  los famosos y mal llamados  —«viernes culturales»,—  que nunca supe de dónde salió lo de —"culturales",— eran la excusa perfecta para que “el Reyecito", después de una dura semana de trabajo, «se echara su canita al aire».  A estos eventos se agregaban otros curiosos compañeros, como el “perro Quintero”, ¡imaginense el porqué del apodo!.  Alberto Ochoa, a quien el negro Ruben, lo bautizo «Tenorio,»  por lo de «don Juan,»  y algunos otros que solían visitar a “Melania”, «La Madame»  una versión “light” de la legendaria Marta Pintuco, dueña de un famosa casa de «lenocinio y placer,»  donde los “amores fugaces” se vendían al por mayor. «Melania, la madame»  y sus alegres «musas de la noche»  daban clases prácticas de deportes de alcoba. Se comenzaba con la práctica, sobre el terreno de los acontecimientos, la teoría vendría después, claro está. 

Al arribar a nuestro destino, un tenue resplandor carmesí se filtraba por las entradas, como un faro que guiaba a los navegantes del placer. —Aquellas moradas— se distinguían por ese bombillo rojo que avivaba —las brasas de la libido,— encendiendo “la hoguera de los deseos más íntimos". Unos ojos expertos, adiestrados en el arte del escrutinio, nos examinaban a través de un discreto orificio. “Eran los centinelas del deleite”, decidiendo con su mirada inquisidora si éramos dignos de cruzar el umbral y participar en "los placeres mundanos" que aguardaban al otro lado. Un simple gesto bastaría para abrirnos “las puertas del edén” o condenarnos al purgatorio de la frustración.

Ah, esos eran otros tiempos, —mis queridos amigos.— Tiempos de locuras y desenfreno, donde “el Reyecito” y sus amigos eran los reyes indiscutibles. Pero no los juzguemos, pues al final, ¿quién no ha sido joven y ha cometido alguna que otra pilatuna “etílico amorosa”? Lo importante es recordar esas anécdotas con cariño y humor, celebrando la vida y sus pequeños placeres.

Permítanme transportarlos a esos viejos tiempos cuando “el Reyecito” reinaba en su propio reino de —placeres mundanos.—  “La casa de Melania”, esa madame de buen corazón, quedaba por los lados del barrio Colombia o San Diego, y fue el mismísimo Reyecito quien nos guió por esos —caminos sinuosos.—

Una vez allí, nuestro amigo se transformaba en un verdadero monarca, rodeado de su corte de —alegres doncellas— que lo conocían y veneraban. Era el rey en su trono, y todas se desvivían por complacerlo. Aunque, claro, había un pequeño inconveniente: —el Reyecito se emborrachaba con una facilidad pasmosa.— "Se paraba en una tapa de cerveza y con eso quedaba ebrio", decía Alberto Ochoa entre risas.

Pero Melania, —siempre atenta a sus clientes más distinguidos,— tenía un remedio infalible para nuestro amigo. Cuando lo veía ya entrado en tragos, le ofrecía un consomé —"levanta-muertos",— que consistía en menudencias de pollo, con jugo de limón, que lo revivía de inmediato. El Reyecito era un cliente VIP, tan querido que hasta —crédito— le daban.

Y hablando de créditos, cuenta la leyenda popular que en una ocasión, el Reyecito fue a pagarle a una de las chicas —el servicio amoroso,— pero le fue a pagar con un billete de 100 pesos cuando —la despelucada— solo valía 50. La muchacha, con esa picardía que las caracterizaba, le dijo: 

—"Oye Gustavo, vas a tener que salir al “segundo round" porque no tengo cambio".

*Pues sí, —mis queridos amigos,— permítanme ahondar un poco más en los misterios y engaños de estos “reinos prohibidos de placeres mundanos.” Porque verán, en esos antros de media luz y al calor de los primeros —“guarilaques",— todas esas damiselas de compañía— lucían como reinas de belleza. Ahora entiendo por qué el apelativo de —"embellecedor"— y doy fe de ello.

Con unas cuantas copas encima, esos rostros maquillados y esos cuerpos semidesnudos adquirían un “aura de sensualidad irresistible". “El Reyecito” y sus amigos caían rendidos ante tales encantos, convencidos de que estaban en compañía de verdaderas diosas terrenales.

Pero oh!, —cruel desengaño— lo que se le esperaba a la mañana siguiente. Uno se levantaba con una de ellas al lado, aparte del —“guayabo”—  y pensando que había pasado la noche con una —“Natalia París”— o una —“Sofía Vergara”— , ¡se encontraba con —«severo reque  de vieja!».—  La magia se rompía y la cruda realidad nos abofetea sin piedad. Para los que no saben, un —“enguayabado",— era un ser —“lastimero",— una suerte de pecador que quiere arrepentirse de todo: de lo que hizo la noche anterior y de lo que no se acuerda. Sufre en lo físico y en lo moral. Es, en rigor, un pobre diablo, con un infierno en el estómago.

Pero así era la vida en esos reinos de fantasía y engaños. Una vivía sumergido en “un sueño de embriaguez y placeres”, solo para despertar con la amarga resaca de la realidad. Aunque, claro, eso no detenía a los más aventureros de repetir la experiencia una y otra vez.

¡Ah, la ironía de la vida! Aquí estaba yo, como un pez fuera del agua, rodeado de amigos dispuestos a disfrutar de —”los placeres mundanos”— mientras  yo actuaba como un —”chaperón”— involuntario. Anatómicamente, podría haberme lanzado a la aventura, pero lamentablemente mi bolsillo no estaba tan bien dotado del "vil metal" como mis compañeros de travesía.

Mientras ellos se entregaban a —sus placeres,— yo me convertía en un espectador atónito, observando con ojos incrédulos toda la parafernalia de damas alegres, escasamente vestidas y cargadas de cosméticos, que se dedicaban a "tomar pistola", un trago sin trago que básicamente servía para —exprimir— la billetera del incauto huésped. Por supuesto, cada "pistola" despachada les aseguraba una jugosa comisión, convirtiendo la velada en un festín para sus bolsillos y una pesadilla financiera para el desafortunado —“don Juan"—.

Así que allí estaba yo, alimentando mi ojo con un espectáculo que no se ve todos los días, mientras mis amigos disfrutaban de los placeres que el dinero podía comprar. Pero aunque mi bolsillo quedara vacío, al menos podría regresar al banco con una anécdota para contarles a mis compañeros, ¿no es así?

Ah, la vida está llena de giros inesperados y lecciones aprendidas en los lugares menos pensados. Y aunque aquellos días de juventud puedan parecer una locura retrospectiva, siempre estarán grabados en la memoria como parte de nuestra historia compartida.

¡El Reyecito y la tractomula infernal!
En los tiempos dorados del banco, cuando los números bailaban al ritmo de la calculadora y las hojas de contabilidad se apilaban como montañas, existía una máquina temida por todos: —la tractomula.— Un “armatoste" de metal y engranajes que engullía números y escupía informes, manteniendo las finanzas del banco en orden.

El Reyecito, nuestro protagonista, era un hombre de carácter fuerte y manos firmes, el único capaz de “domar a la bestia”. Día tras día, se subía a su trono de acero y surcaba las olas de datos, sorteando errores y cuadrando cuentas con precisión milimétrica.

No era un trabajo para cualquiera. —La soledad era su compañera,— solo interrumpida por el murmullo de la impresora y el tintineo de las teclas. Las horas extras se acumulaban como monedas en su bolsillo, atrayendo a aventureros sin miedo al tedio como “Fernando Castañeda”, quien también se atrevió a domar a la bestia.

¿Te imaginas cometer algún error? Una hoja mal escrita, un número fuera de lugar... ¡El caos financiero se desataría! Sudor frío recorría la frente del Reyecito cada vez que pensaba en esa posibilidad. ¿Habría forma de corregir el error en ese mar de datos? La respuesta era un misterio, una incógnita que solo los dioses de la contabilidad conocían.

El Reyecito, con su valentía y dedicación, —conquistó y domo la tractomula— y la convirtió en su aliada. Y así, entre números, hojas y soledad, se convirtió en una leyenda del banco, un héroe anónimo que mantenía las finanzas en orden y a los números bailando al ritmo de la calculadora.

¡Atención, damas y caballeros! La siguiente estrella invitada no es ni nada mas ni nada menos que —”Hernando Balvin, Balvin”— el muy querido y recordado “Negro Balvin”. En mis casi quince años de trinchera bancaria, fue uno de esos personajes que te marcan para siempre. Compartimos los mismos puestos de trabajo y fui testigo de todas sus —«corridas de teja».—

“El Negro Balvin” tenía una mente prodigiosa para aprenderse los números de cuenta de los clientes. Imagínense, en una época prehistórica sin computadoras, trabajar a lo picapiedra. ¡Y él se sabía de memoria todos los números, —desde las cuentas oficiales, comerciales hasta las personales,—  con una facilidad que dejaba a los clientes —”boquiabiertos”! Los clientes se sentaban con Arturo Giraldo, nuestro jefe de cuentas corrientes, y bastaba con que Arturo preguntara en voz alta: 

—“¿Negrito cuál es la cuenta de fulano?”. Hernando, como un ordenador andante, soltaba el número completo, con todos sus dígitos imposibles de memorizar. La gente se partía de risa y de asombro ante semejante despliegue de memoria portentosa.

Nuestro querido personaje venía de una humilde y numerosa familia de un lugar cercano a Yarumal, Antioquia, — “Los Llanos del Cuiva”,— donde sus habitantes se casaban entre primos. De hecho, Hernando era Balvin, Balvin, y si seguías profundizando en su árbol genealógico, encontrabas más Balvines atravesados en su árbol familiar. Decía que en los —”Llanos de Cuivá" habían 3 o 4 “Balvines” por habitante cuadrado.”—

 Él mismo decía que tal vez eso de que se le —“corriera la teja”— tenía mucho que ver con los parentescos entre sus padres. Según recuerdo, su familia la conformaban dieciocho vástagos. Su madre se casó muy joven, y cuando Hernando nació, ella apenas cumplía quince años. Mejor dicho, ¡fue su regalo de quince primaveras!

Hernando vivía orgulloso de su lugar de origen y decía con humor que —venía de un pueblo donde nacian muchos y se críaban pocos,—  ¡todos se morían de hambre!

 —‘Que sus calles estaban pavimentadas con cabeza de cristiano” y por allá — no se le temía sino a una  ira de Dios y a una escasez de mujeres. —Además, se vanagloriaba de su buena salud diciendo que, como buen paisa,—  ” tenía la salud del burro y la fe del carbonero.”—

Recuerdo muy bien el día que Jaime Obando y Bernardo Rivera intentaron llevarlo a una ”evaluación médico psiquiátrica". —  No le advirtieron nada a Hernando y solo le dijeron que los acompañara. Salieron del banco y más adelante, cruzando el “Parque de Berrío”, miraron hacia atrás y “el negrito” desaparecido!, ya no estaba por ningún lado. 

Otra de sus famosas crisis lo llevó a tomar medicamentos muy fuertes, y se vieron obligados a internarlo en el “hospital mental de Bello”. Cuentan que cuando Hernando llegó, estaban todos los loquitos reunidos en un salón viendo televisión muy entretenidos.

 —¿Y qué hizo Hernando?—

Llegó y les apagó el televisor, diciéndoles que hicieran algo productivo. Sobra decir que la jauría de loquitos casi lo linchan! ¡Así era él, un personaje único e irrepetible!

¡Atención, damas y caballeros! Continuamos con otra joya de nuestro querido —Hernando Balvin,—  alias el “Negro Balvin”. Esta anécdota, aunque trágica en su esencia, es una de las que más me ha hecho reír y muestra a la perfección la singularidad de este personaje.

Resulta que —el hermano mayor— de Hernando —falleció—  en un grave accidente mientras conducía el vehículo repartidor de la panadería familiar, por los lados de “Girardota, Antioquia”. En el banco, cuando un familiar fallecía, teníamos derecho a tres días libres por — duelo.— “Ligia Isabel Arias”, la secretaria de la administración, era quien emitía estos permisos, siempre atenta, notó que Hernando no mencionaba ni reclamaba esos días de descanso.

Con la curiosidad habitual, Ligia le preguntó: 

—"Negrito, ¿y usted no va a sacar los días libres por su hermano que falleció?"— 

 A lo que Hernando, con toda la naturalidad del mundo, que por ese tiempo andaba en sus cabales, respondió: 

—"No, Ligia Isabel, yo verdaderamente no siento nada por el difunto.—
—“Además, ya estaba muy viejito, y esa gente así es mejor que vaya saliendo de circulación".  ¡Imagínense la cara de confusión y asombro de Ligia Isabel!

Pero la historia no termina ahí. Ligia, en una visita a la casa de la madre de Hernando, “doña Teresa", una señora mayor, conversadora y muy querida, fue testigo de otra escena pintoresca. La madre de Hernando la llevó a hacer un recorrido por la casa, que funcionaba como panadería familiar, donde había varios estantes llenos de panes y parva fresca. Mientras admiraban la mercancía, el padre de Hernando salió ojo vigilante detrás de ellas para asegurarse de que nadie se pasara de —“manilargo"—  y tomara un pan sin permiso. ¡Toda una estrategia de seguridad digna de una película cómica!

Mis jornadas de trabajo comenzaban muy temprano, especialmente después de los fines de semana. Y ahí estaba siempre el Negrito Balvin, secundándome en mis labores. Éramos como él decía, —“Parceros”.—  De hecho, fue la primera persona a quien escuché esa palabra. Él me enseñó ese término, que ahora es internacionalmente conocido, tanto como —el café colombiano.—  Hasta ese momento nadie lo usaba.

Por las mañanas, Hernando me invitaba a desayunar en un lugar bastante peculiar: un restaurante tipo pueblerino, cuyo propietario era— “Don Próspero”,— ubicado en los bajos del —“Edificio Portacomidas”,— en la “Plazoleta Nutibara”. Don Próspero era un paisano suyo, de —Los Llanos del Cuiva,— cosa que nos favorecía para recibir una atención más rápida, mejores porciones, y, si se ofrecía, hasta crédito. Hernando tenía una amistad estrecha con el viejo rechoncho y un poco descuidado en su presentación. Imagínense a un Santa Claus jubilado y menos pulcro.

Nunca se me ocurrió averiguar por su  apellido, pero no me habría sorprendido que fuera otro Balvin de la —“Balvinera” de los Llanos de Cuivá.—  También se divertía con las ocurrencias del Negro, pues el segun Hernando era “mas verde que una iguana en un llerval”. Cuando llegábamos, Hernando le decía: “Don Próspero, hoy quiero lechita caliente en totumita de cuero”. El viejo captaba el doble sentido y se divertía.

El menú de Don Próspero era una delicia. Un desayuno montañero con huevo revuelto, arepa “afrechuda”, queso y mantequilla, todo artesanal y de campo. ¡Y la espumosa taza de chocolate con canela era para chuparse los dedos! 

Pero Hernando siempre me advertía: 

—“Parce, limítese a comer y no mire mucho para los lados para que no se me “frunza” mucho”.—  “Fruncir” otro verbo inventado por “el Negro,” que queria decir, —asustarse.—

 Curioso como soy, un día decidí hacer un escaneo disimulado del lugar. Y, ¡vaya sorpresa! Vi un par de gatos paseándose con la elegancia del dueño del lugar entre los alimentos sin preparar. Y donde hay gatos, pensé para mis adentros, seguramente también hay ratones viviendo la vida loca y, tal vez, cucarachas de esas voladoras. —¡Uy tenaz parce!—

A pesar de los “felinos” y la higiene cuestionable del lugar, la comida de —Don Próspero tenía una rica sazón con sabor campesino,— que hacía que uno olvidara cualquier preocupación sanitaria. Hernando me decía que él, al entrar a ese lugar, siempre lo hacía de espaldas y no miraba para ningún lado. "Es el secreto para disfrutar de un buen desayuno sin sobresaltos", aseguraba con una sonrisa.

Así empezaban nuestras mañanas, entre risas y anécdotas, con Hernando, el Negrito Balvin, que siempre encontraba la manera de darle un toque de humor a la rutina. Era un personaje con un humor tan peculiar y una visión del mundo tan única que convertía cualquier situación, por trágica que fuera, en una anécdota digna de ser contada. ¡Qué tiempos aquellos, con desayunos montañeros y compañeros inolvidables! Al final del día, recordamos con cariño y risas las locuras y ocurrencias de este entrañable compañero, celebrando la diversidad y los pequeños placeres que nos brindó la vida laboral.

En el géiser de mis recuerdos, siguen brotando a borbotones las anécdotas de aquellos días memorables. Hoy, el turno es nuevamente para Julián Palacio, o “Julio” o “El Tigre”, apodado así por su saludo inconfundible: “¡Hola Tigre!”, una expresión de respeto y buen humor que le era muy propia. Con “Julio” vivimos un capítulo especialmente memorable, en compañía de su mejor amigo, Darío, compañeros de estudio y parceros de larga data.

“El Tigre Julian y el Bar de las Conejitas”
Darío era el clásico hijo de papi y mami, de esos que trabajan en la notaría familiar haciendo vueltas y poco más. Pero no se crean, el tipo era un partidazo: billete a montones, sin despeinarse, y un físico que ya quisieran muchos. Las mujeres caían rendidas a sus pies como moscas a la miel. Julián, en cambio, era otro cantar. Nunca le conocimos novia ni ligue alguno. Él mismo decía que con su labia no vendía ni un tamal en un terremoto, que no convencía ni a un perro de comerse un hueso. Y vaya que tenía razón.

Un día, después del trabajo, nos fuimos los tres a echarnos unos "embellecedores". Darío, generoso como siempre, nos invitó a un bar de caché en Maracaibo, cerca de la Junín: "El Bar de las Conejitas". Todos sabíamos de su fama y nos dejamos llevar por la curiosidad. Apenas nos sentamos, los tragos empezaron a caer uno tras otro, y los efluvios etílicos hicieron su efecto. Darío, conocido y admirado en el lugar, entró en confianza con las chicas y el administrador, y nos dieron un trato VIP.

Como no había mucha gente, Darío aprovechó la oportunidad para poner en marcha su plan maestro: hacernos un favor a Julio y a mí. Tras unas negociaciones relámpago, salimos del bar ya entrada la noche en busca de un lugar adecuado. Aterrizamos en Residencias Primavera, tres parejas listas para la acción...

Llegamos al lugar indicado y, sin mucha ceremonia, entramos. Tras cumplir sincronizadamente con nuestros deberes extraconyugales, cada uno tomó su rumbo. Días después, Julio me confesó una infidencia. Resulta que mientras la chica que estaba con él se duchaba, él aprovechó para sacarle el dinero que le había dado como pago por la noche de placer.

— "¿Tigre, por qué hiciste eso?", — le pregunté, incrédulo.

— "Es que yo ese tipo de servicios no los pago",—  me contestó con total naturalidad. — "Porque yo soy el que pone la energía. Además, ellas disfrutan más que uno".— 

Y ahí me dejó, con la boca abierta y sin palabras. Solo pude pensar: "Este Tigre sí que es un personaje".

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Comentarios

  1. Abelardo, no te imaginas cuánto he disfrutado y me he reído de todas las pilatunas, vividas por ustedes en esa época. Tu forma de escribir me recuerda mucho la manera de escribir del Doctor Jorge Franco, quien escribió "Hildebrando" en ese libro narra la vida de un médico que vivió aventuras muy parecidas, en la época del Guayaquil entre los años 40 y 70. ~Limontoya64

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  2. Ay, Abelardo, no he hecho sino reírme leyendo tus escritos, repasando los, una y otra vez.
    Qué recuerdos aquellos, que días aquellos y que nostalgia tan grande frunce el corazón al repasar tus líneas. ~Fernando C.~

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  3. Sin palabras, todo excelentemente documentado, no se escapa nada, recordar es vivir........ Que personajes 😂😂😂😂😂.
    Ojalá no se agoten los escritos y las anécdotas 👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻 ~Jairo~

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  4. Jairo totalmente de acuerdo contigo, que personajes como olvidarlos y esa descripción que hace Abelardo y como cuenta todas esas anécdotas me encanta! ~Dolly~

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  5. Me gusta tu libro, más allá de la historia, de experiencias compartidas, me gusta la forma como narras. Espero un buen desenlace de este libro y espero también que continúes escribiendo otros libros, más poemas, reflexiones. Son agradables y muy interesantes. ~Beatriz~😊

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