No 19 "El Año que me Moldeó: Revelaciones y Desafíos en 1972"


"Destinos de Esperanza: El Viaje hacia una Vida Mejor"
En aquel 1972, mis inquietudes juveniles ardían en mi pecho con la intensidad del sol del mediodía, y el corazón, rebosante de sueños e ilusiones, no solo anhelaba concluir mis estudios secundarios, sino también iniciar una nueva etapa lejos de la tierra que me vio crecer, mi entrañable pero convulsa Colombia. La incertidumbre sobre mi futuro laboral se cernía sobre mí como una sombra persistente, exacerbada por la escasez de empleo estable, la inseguridad de no poseer la preparación adecuada, y la imposibilidad de proseguir con mi educación en un contexto de turbulencia política. Estos desafíos me impulsan a soñar con horizontes lejanos, con la esperanza de aprender nuevos idiomas, sumergirme en culturas  desconocidas y vivir experiencias que trascendieran los confines de mi mundo conocido.

Soñaba con explorar países distantes como Australia, Canadá y Suiza, naciones donde la promesa de paz y nuevas oportunidades resonaba en mi mente como un eco de libertad y posibilidad. Estos anhelos, fieles compañeros de mi juventud, se transformaron en la brújula que guiaba mi deseo de aventurarme más allá de los confines conocidos, de hallar un rincón en el mundo donde la agitación política no marcara el compás de mi existencia diaria. Imaginaba una vida en Australia, con sus vastos paisajes y estilo de vida relajado, donde podría reinventarme bajo el amplio cielo del hemisferio sur. En Canadá, me atraía la mezcla de culturas, la naturaleza imponente y la promesa de una sociedad inclusiva y respetuosa. Suiza, con su neutralidad histórica y su impresionante belleza alpina, me ofrecía la visión de un refugio seguro y próspero.

Ansiaba establecerme definitivamente en alguno de estos países, no solo para disfrutar de su estabilidad y calidad de vida, sino también para contribuir a sus sociedades con mi trabajo y esfuerzo. La idea de echar raíces en un lugar donde pudiera crecer profesionalmente, donde mis futuros hijos pudieran beneficiarse de una educación de primer nivel y un entorno seguro, alimentaba mi determinación. Estaba dispuesto a enfrentar los desafíos de la adaptación cultural, el aprendizaje de nuevos idiomas. Con cada paso que daba hacia ese futuro, mi resolución se fortalecía, y la visión de una vida plena en tierras lejanas se convertía en un objetivo tangible, un sueño por el cual valía la pena luchar.

Evelio, a quien todos llamábamos “el Teacher” por su insaciable sed de conocimiento y su habilidad para enseñar incluso los conceptos más abstractos, era mi compañero de aventuras intelectuales. Juntos, en aquellos atardeceres teñidos de naranja y magenta, construimos castillos en el aire, fortalezas de esperanza y ambición donde el futuro se presentaba como una página aún no escrita listo para ser llenada con las historias y colores vibrantes de nuestros sueños.

Nuestras conversaciones eran ríos caudalosos que fluían sin cesar, abarcando desde la filosofía más profunda hasta los planes más terrenales para después de la graduación. En aquellos diálogos, el tiempo y el espacio se diluían, dejándonos flotar en un limbo de ideas y reflexiones que, a menudo, se extendían hasta que las estrellas comenzaban a parpadear en el cielo nocturno, como si quisieran participar en nuestra charla.

Sin embargo, aquel año que prometía ser el umbral hacia una nueva vida, se transformó inesperadamente en una pesadilla. Los sueños que habíamos tejido con tanto esmero comenzaron a deshilacharse ante los desafíos inesperados que la vida nos presentó. La realidad, esa maestra implacable, nos mostró que el camino hacia la realización de nuestros sueños estaba sembrado de obstáculos y pruebas que jamás habíamos anticipado.

Pero incluso en los momentos más oscuros, cuando la desilusión amenazaba con engullir nuestras esperanzas, encontrábamos consuelo en nuestra amistad. Evelio, con su eterno optimismo y su fe inquebrantable en el futuro, era el faro que me guiaba a través de la tormenta. Juntos, aprendimos que los sueños no son destinos a los que se llega sin esfuerzo, sino viajes que se emprendan con valentía y determinación.

A medida que el año avanzaba, y con él, nuestra transformación, comprendimos que cada desafío era una lección, cada fracaso, un escalón hacia la madurez. Las largas y profundas disertaciones dieron paso a planes más concretos, a estrategias para navegar el vasto océano de la vida real. Y aunque nuestros caminos eventualmente se bifurcaron, llevándonos por rutas distintas, la esencia de aquellos días permaneció intacta en el núcleo de mi ser.
*
"El Último Baile de la Incertidumbre: La Conjura del Profe Albeiro"
Los preparativos para nuestra graduación se tejieron con la anticipación y el entusiasmo propios de quienes están a punto de cerrar un ciclo vital. El "Club Covadonga", aquel santuario de esparcimiento que se erigía como el mejor de Itagüí en esa época, se vestiría de gala para acoger nuestra celebración. Los acordes de "Los Selenicos", el conjunto de baile que marcaba el ritmo de moda, prometían ser el latido de una noche inolvidable. Todo estaba dispuesto con la certeza de que sería un evento sin igual, un broche de oro para nuestra etapa de estudiantes.
Con la ingenuidad de la juventud, confiábamos en que los profesores, conscientes de que nos encontrábamos en el umbral de una nueva etapa, mostrarían benevolencia hacia aquellos de nosotros cuyas calificaciones siempre danzaban peligrosamente en el filo del mínimo requerido. La esperanza era una luz en la oscuridad, una promesa de que, a pesar de los tropiezos, podríamos cruzar la línea de meta con éxito.
Sin embargo, en el horizonte se cernía una sombra, una figura que con su sola presencia amenazaba con desvanecer nuestros sueños: el "profe Albeiro". Nuestro profesor de Filosofía y Psicología, un hombre cuyos problemas con el rector y su vida personal, que sospechábamos turbulenta, lo habían convertido en una caja de Pandora de la que nadie podía predecir qué saldría. Su comportamiento errático era el murmullo constante en los pasillos; su llegada tardía a clase, su aparición en estado de ebriedad, su desafío abierto al rector con un "¡Hoy no habrá clase, aunque el rector se empute!", eran las anécdotas que tejían su leyenda.
Y así, con la rabia acumulada de todo un año, el "profe Albeiro" urdió su plan macabro. El día del examen final, nos presentó con temas enrevesados, preguntas que jamás habíamos abordado, conceptos que parecían extraídos de un libro sellado bajo siete llaves. Las miradas de desconcierto se cruzaban en el aula; el silencio era un grito de incredulidad. ¿Qué había pasado? ¿Cómo era posible que el destino de nuestro último año pendiera de un hilo tan frágil?
En mi caso, como en el de muchos otros, la situación era precaria: para perder el año, uno debía reprobar tres materias y media, y la media era precisamente la de Filosofía. Yo, que siempre había estado colgado en Física, Química y Cálculo, veía cómo el abismo se abría ante mí.
A pesar de todo, la celebración se llevó a cabo. Bailamos y reímos hasta el amanecer bajo un manto de incertidumbre y dudas, sin conocer los resultados, aferrándonos a la esperanza de que la generosidad de los profesores sería nuestra salvación. La música de "Los Selenicos" llenaba el aire, pero en cada nota resonaba la pregunta sin respuesta: ¿habríamos superado la última prueba impuesta por el destino y la conjura del profe Albeiro? La noche se desvanecía, y con ella, la certeza de nuestro futuro, dejando solo la dulce melancolía de un último baile en la penumbra de lo desconocido.
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"El Despertar en la Tormenta: El Legado de una Lucha Inconclusa"
La espera por los resultados se sintió como una eternidad encapsulada en segundos, cada uno más denso y pesado que el anterior. Cuando finalmente llegaron, el impacto fue devastador: un año reprobado. La noticia cayó sobre nosotros como un mazazo, desencadenando un torbellino de emociones que se tradujo en revuelo y conatos de disturbios dentro del colegio. La frustración era una bestia indomable que se alimentaba de nuestros sueños desvanecidos; de los aproximadamente treinta y cinco alumnos, la mayoría de nosotros compartimos el amargo destino de haber reprobado el año.
Mi amigo Evelio, el eterno optimista, el "Teacher" de nuestras almas, también había tropezado en la trampa tendida por la materia de Filosofía. Sin embargo, su camino no estaba tan embarrado como el mío; las otras asignaturas habían sido superadas con la destreza de quien conoce bien el terreno que pisa. La injusticia de la situación era palpable, un amargo recordatorio de que, a veces, el esfuerzo y la dedicación no son suficientes para sortear los obstáculos que la vida, en su capricho, decide colocar en nuestro camino.
El conflicto que se desató a raíz de este desenlace tuvo consecuencias inesperadas: tanto el profesor Albeiro como el rector, don Gustavo Vélez, abandonaron sus cargos, arrastrados por la marea de descontento que sus acciones, o la falta de ellas, habían provocado. Era un pequeño consuelo, una victoria pírrica en una guerra que parecía haberse perdido.
En un intento por reivindicar nuestros derechos y buscar justicia, algunos alumnos se organizaron para presentar un recurso colectivo ante la secretaría de educación. El resultado de esa gesta, sin embargo, permaneció envuelto en el misterio para mí. Opté por el aislamiento, por cerrar esa puerta y no mirar atrás, enfocándome en lo único que parecía tangible en ese momento: conseguir un trabajo. La idea de seguir una carrera universitaria se desvaneció, no solo por el tropiezo académico sino también por las limitaciones económicas que, tanto a corto como a largo plazo, hacían imposible ese sueño.
En aquellos días de lucha y desilusión, aprendí lecciones que ningún libro de texto podría haberme enseñado. Comprendí que la vida, en su complejidad y su caos, a veces nos pone a prueba de maneras que parecen insuperables. Aprendí sobre la importancia de la resiliencia, de la capacidad de levantarse después de caer, y sobre el valor de la amistad y el apoyo mutuo en los momentos más oscuros.
Aunque el futuro que había imaginado se desmoronó ante mis ojos, el proceso de reconstruirme, de encontrar un nuevo camino, se convirtió en mi propia graduación, una ceremonia silenciosa y personal en la que me otorgué el diploma de la experiencia vivida. La lucha inconclusa contra las injusticias del "profe Albeiro" y la administración del colegio se transformó en el legado de una generación que, a pesar de las adversidades, aprendió a enfrentar la tormenta con la cabeza en alto.
Y así, con el corazón aún dolido pero con la mirada fija en el horizonte, comencé a caminar hacia el futuro, sabiendo que cada paso era un acto de desafío contra las circunstancias, una afirmación de mi voluntad de seguir adelante, sin importar los obstáculos que la vida decidiera poner en mi camino.
"Entre la Resiliencia y la Esperanza: El Año de la Transformación"
El año 1972 se grabó en mi memoria como un cúmulo de contrastes, donde las sombras del fracaso académico y el derrumbe de mis aspiraciones se entrelazaron con los destellos de fortaleza y esperanza que surgían de las circunstancias más adversas. Fue un año de cambios y hechos significativos que, a pesar de las dificultades, iluminaron la senda hacia la tenacidad y la importancia de adaptarse para seguir adelante.
Gracias a la intervención de nuestro hermano Gonzalo, Francisco y yo encontramos un trabajo de medio tiempo como mensajeros en la misma oficina de abogados. Nos turnábamos en el horario: mi hermano Francisco trabajaba por la mañana para el Dr. Ramón Abel Castaño, mientras que yo lo hacía por la tarde para el Dr. Horacio Yepes. La oficina, ubicada en el corazón del centro, en el edificio de la bolsa de valores, se convirtió en nuestro campo de batalla diario. Aunque el sueldo era modesto, nos permitía cubrir los gastos de transporte y disfrutar de algún pequeño lujo, como una colombiana con pan.
A lo largo de ese año, tanto Evelio como yo asumimos el rol de profesores nocturnos, un requisito indispensable para nuestra graduación. Mi escenario fue el liceo donde estudiaba, mientras que Evelio impartió clases en la Escuela Costa Rica del barrio Cristo Rey. Fue en ese lugar donde Evelio conoció a Dalila, la mujer que se convertiría en su compañera de vida y madre de sus tres hijos. Durante ese tiempo, le asigné a Evelio el sobrenombre de "Teacher", un apodo que nació tanto de su rol educativo conmigo como de su labor docente. Ese remoquete lo acompañaría por el resto de su vida, un testimonio de su pasión por enseñar y su compromiso con la educación.
Sin embargo, el ritmo frenético de mis ocupaciones comenzó a pasar factura a mi salud. Mis días empezaban a las 5 de la mañana y se extendían hasta las 11 de la noche, entre asistir al colegio, trabajar como mensajero y ejercer de profesor. La exigencia física y mental era abrumadora, y mi cuerpo empezó a manifestar signos de agotamiento. Durante las clases de educación física, llegué a desmayarme, un claro indicio de que algo no estaba bien.
Fue Evelio, con su característica sabiduría, quien señaló la necesidad de mejorar mi alimentación, aunque las circunstancias económicas hacían que esto fuera un desafío. Su consejo, aunque simple, era un recordatorio de que la salud es un tesoro que debemos cuidar, especialmente cuando las demandas de la vida nos empujan al límite.
En aquel 1972, marcado por la dualidad de la esperanza y la desesperación, se erigió como un halo transformador, en el que se forjaron mi espíritu y mi ser. En el fragor de las adversidades, descubrí la inestimable sabiduría del arte de la metamorfosis, la imperiosa necesidad del autocuidado y, sobre todo, el inmenso valor de la amistad. Evelio y yo, unidos por las vicisitudes y las revelaciones, forjamos entre nosotros un lazo indisoluble, una comunión alimentada por la solidaridad y el entendimiento mutuo. A pesar de los embates del destino, aquel año se transfiguró en un legado de fortaleza y optimismo.
"Retazos de Juventud: Forjando de un Destino Compartido"
La amistad con Evelio, "el Teacher", es uno de esos recuerdos que permanecen inalterables, como una estrella que brilla con constancia en el firmamento de mi memoria. Llegó a nuestras vidas en el año 70, un joven de San Rafael, Antioquia, con la tranquilidad de los campos en su mirada y la sabiduría de los libros en su hablar. Doña Lilia Hoyos, su hermana, le abrió las puertas de su hogar y su corazón, brindándole un refugio en la ciudad. "Tocayo", su hermano, había trazado el camino antes que él, pero su historia tomó un rumbo distinto, desvaneciéndose en el misterio de la vida.
Evelio, con su sonrisa fácil y su aire pueblerino, se convirtió en un personaje central en el barrio de Cristo Rey. Fui el primero en estrechar su mano y en llamarlo amigo. Nuestra amistad se cimentó sobre la base de la edad compartida y los sueños paralelos; ambos habíamos nacido en 1952, él en mayo y yo en marzo. Le hablé de mi colegio, y gracias a sus sobresalientes calificaciones, no tardó en ser aceptado. Juntos cursamos el quinto y sexto grado, compartiendo aulas y aspiraciones.
Evelio no solo se ganó mi amistad, sino también la de muchos profesores, con quienes mantenía debates que trascienden el aula. Recuerdo especialmente al "Curita", un sacerdote que nos enseñaba religión y con quien Evelio se enfrascaba en disertaciones que desafiaban dogmas y abrían mentes. Juntos, impulsados por un espíritu crítico y revolucionario, fundamos "La Piedra", un periódico estudiantil que se convirtió en la voz de nuestras inquietudes. Más tarde, Evelio me confesaría que aquel "Curita", cuyo nombre se me escapa, había optado por el camino de la insurrección, una senda que contrastaba con su sotana.
Una tarde, después de un partido de fútbol, Evelio sufrió un susto que nos heló la sangre. Una ducha tras el esfuerzo físico le provocó un malestar súbito, y allí estaba yo, a dos puertas de su casa, presenciando la angustia de doña Lilia y las convulsiones de mi amigo, que en medio del dolor agradece a su hermana por todo. La espera por la ambulancia se hizo eterna, pero afortunadamente, el incidente no pasó a mayores y pronto retomamos nuestras charlas filosóficas en la tienda del vecino.
Tras el bachillerato, Evelio se inscribió en un curso de mecanografía en la escuela Remington de comercio, lo que le abrió las puertas a un empleo en un juzgado de la gobernación. Allí, entre documentos y diligencias, comenzó a forjar su futuro en el derecho, estudiando en la Universidad Autónoma y dando inicio a una carrera que lo llevaría a alturas insospechadas. Nuestros caminos, aunque divergentes, siempre estarían unidos por los recuerdos y las lecciones compartidas en aquellos años formativos.

 "Vagando en la Penumbra"

En la penumbra de la noche oscura,

mi alma vaga, solitaria y errante,

buscando la luz con premura,

en un camino incierto y desafiante.


La sombra de la duda me persigue,

como un espectro que nubla mi destino,

mi rostro taciturno se dirige

hacia un futuro que aún no adivino.


Mis sueños, cual hojas al viento van,

danzando en un baile de esperanza,

mientras mis pensamientos al vuelo están,

buscando la paz en lontananza.


En la cima del sosiego anhelado,

mi corazón anhela encontrar reposo,

más en el laberinto del tiempo, atrapado,

me pierdo en un viaje silencioso.


Sin rumbo fijo, mi alma deambula,

en busca de un sentido a mi existencia,

la luz eterna, mi ser estimula,

a seguir adelante con persistencia.


En la penumbra, mi ser se debate,

entre la incertidumbre y la esperanza,

más la fe en mi interior no se abate,

pues sé que al final, la luz me alcanza. --------------------------------------------------------- <<CAPITULOS DEL LIBRO >> —-------------------------------------------------------

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Comentarios

  1. Siempre me asombra tu capacidad narrativa. Especialmente, los detalles descriptivos y pintorescos. 
    Qué belleza!!!

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