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Mostrando las entradas de marzo 30, 2024

No 17 "Nostalgia y Desafíos: Mis años en el Liceo Enrique Vélez Escobar"

  En el año 65, cuando cruzaba el umbral del cuarto grado de primaria, se abrió ante mí un capítulo que, sin saberlo entonces, se teñiría con los colores más vivos de la nostalgia y la gratitud. Dos años anteriores habían sido un sendero pedregoso de adaptación, pero la llegada de mi quinto año escolar trajo consigo uno de esos encuentros que son faros luminosos en la oscuridad del tiempo. El protagonista de esta escena era mi profesor Dairo Giraldo Velez, un ser cuya singularidad era tan cautivadora como su genio pedagógico. Su figura delgada, tez morena, nariz chata y lentes conferían a su presencia una especie de encanto misterioso. Nosotros, sus alumnos, en secreto le dimos cariñosamente el apodo de "el murcielaguito", un guiño cómplice a su singularidad. Dairo Giraldo Velez fue uno de esos seres que dejaron una huella imborrable en nuestro corazón y en nuestro aprendizaje. Bajo su dirección, el dibujo se convirtió en mi refugio creativo. Su dedicación, buen humor y pas

No 16 "Entre Guaduas y Recuerdos: Vacaciones en La Vereda Los Planes"

En las vacaciones escolares, cuando el aire vibraba con la promesa de aventura y el sol jugueteaba con nuestras sombras, mi hermano Francisco y yo emprendíamos el viaje anual hacia "La vereda Los Planes". Este rincón de la geografía, situado antes de llegar a Cocorná, en la subregión Oriente del departamento de Antioquia, guardaba los secretos de nuestra madre Otilia en su infancia. Allí, entre los susurros del viento entre los árboles y el murmullo constante del arroyo cercano, se erguía la modesta morada de nuestra entrañable abuela Julita. Nuestras rutinas eran la antesala de un día lleno de aventuras en el campo, explorando los senderos que serpentean entre verdes praderas, trepando árboles centenarios y nadando en las cristalinas aguas del río. La complicidad de nuestros primos Ramon, Custodio y mi hermano era nuestro mayor tesoro, una amistad forjada a golpe de risas, fútbol, juegos y travesuras. El rancho donde habitaba nuestra abuela, a simple vista, podía parecer ap

No. 15 "Vientos de Cambio: Adaptación en un Nuevo Barrio"

 Aquellos años 65 y 66 despuntaron como un amanecer de esperanzas, una nueva era que se abría ante nosotros con nuestra llegada al Barrio Cristo Rey. Mientras mis hermanos mayores se sumergían en las aguas turbulentas de la vida laboral, yo atravesaba la parte más dura de la adaptación escolar, como un pequeño pez que se adentra en un océano desconocido. Francisco asistía a la Escuela José Acevedo, cuyo camino serpenteaba más allá de la avenida Guayabal, un sendero que debía recorrer día tras día, como un explorador en busca de conocimiento. Por otro lado, Martha, Edilma y Nohemy, las más privilegiadas, tenían la fortuna de estudiar en la Escuela Apolo, un oasis de aprendizaje ubicado a tan solo dos cuadras de nuestro hogar, en medio del bullicio citadino y las instalaciones de la fábrica Ingersoll Apolo, industria metalúrgica del lugar. La Escuela Apolo existió gracias a Don Oscar Peña Alzate, presidente de Ingersoll Apolo, quien con visión y generosidad fundó este centro educativo. L

No. 14 "Doce almas, un sueño: Construyendo un hogar contra viento y marea"

 En el complejo entramado de nuestras existencias, donde se entretejen desafíos y esperanzas, nuestra familia encontró su santuario en el cálido refugio que prometía un futuro más brillante. Al llegar a Cristo Rey, este lugar se nos reveló como el despertar de un sueño tangible, donde cada nuevo día delineaban los contornos de un hogar que realmente podríamos llamar nuestro. Aunque algunos rincones aún estaban vacíos y los ecos de necesidades pendientes flotaban en el aire, nos recordaban las tareas que aún teníamos por delante. Este despertar a una nueva vida no estuvo exento de pruebas. La adaptación a nuevos sistemas educativos representó un desafío significativo, especialmente para los más pequeños. Nuestras hermanas, Martha, Edilma y Nohemy, tuvieron la suerte de que su escuela quedara a solo dos cuadras de nuestra casa, lo que facilitó enormemente su adaptación. Por otro lado, Francisco comenzó sus estudios un poco más lejos, mientras que mi desafío fue aún mayor, ya que continué

No.13 “La fuerza del destino: La luz al final del túnel”

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El año 1964 se despidió de la familia Salazar envuelto en los tonos grises de la melancolía, dejando tras de sí el sabor amargo de la ausencia. La muerte de Alfonso,  con apenas 22 primaveras a su haber, tendió sobre nosotros un manto de duelo, oscureciendo cada rincón de nuestro hogar. Su figura, más paternal que fraterna, se erigía como una luz para nuestras almas errantes, ofreciendo un refugio de amor y seguridad en el árido desierto de nuestra realidad. Con la llegada del año 65, la vida, en su danza incesante, nos empujó hacia adelante, entretejiendo el luto con la rutina del día a día. A pesar del vacío, los hermanos nos preparamos para enfrentar los nuevos retos académicos, excepto Leticia y Rocío, quienes estaban destinadas a ser las guardianas del hogar. Yo, en la flor de mis 13 años, me inscribí en la Escuela Simón Bolívar, en el barrio del mismo nombre. Inexplicablemente, y sin documentos que acreditaran mis años de estudio previos, me inscribieron en cuarto grado. Para mí,